Una butaca con vistas y en primera fila

Ni en mis mejores sueños podía haber imaginado que algún día mi nombre se iba a colocar en la butaca de un teatro. Por eso, cuando me llamó Enrique Cornejo hace unas semanas para decirme que habían decidido poner mi nombre a una butaca del teatro Muñoz Seca me llevé una sorpresa descomunal, y no tengo palabras suficientes para expresarle mi agradecimiento. Anoche, antes del estreno oficial de «Testigo de cargo», de Agatha Christie, se celebró un pequeño acto para anunciar la colocación de la placa, en la que reza: «A Julio Bravo, gran periodista, por su defensa del teatro», y que estará en la fila 1, asiento 2. La butaca con vistas está ahora, por tanto, en primera fila. 

Este homenaje (se me hace raro utilizar esta expresión en primera persona) me ha servido para subirme una vez más la autoestima y para comprobar de nuevo que tengo muchos amigos y mucha gente que me aprecia o me quiere. A todos ellos (a todos vosotros), gracias, gracias, gracias. He escuchado y leído a menudo estos días la expresión: «Te lo mereces». Sin falsa modestia, creo que estos honores no se merecen; dependen siempre de la generosidad de alguien, que en este caso es Enrique Cornejo, que me ha elegido para representar a todos los periodistas que día a día hacemos la información de teatro. Mi mérito es amar mi profesión, amar el teatro y llevar mucho tiempo trabajando en un periódico de la tradición y la importancia de ABC (mi buena amiga Rosana Torres, de El país, tiene los mismos, o más, méritos, y como ella muchos otros).

Defender el teatro (todas las manifestaciones escénicas) es en realidad un acto de egoísmo, porque pocas cosas me satisfacen más que sentarme en la butaca de un teatro (a veces no, claro, pero son las menos). Me preguntaba mi compañero Antonio Astorga (que ha escrito una información llena de cariño y con su habitual generosidad) que cuantas veces iba al teatro. No siempre es igual, pero calculo que la media estará en tres veces a la semana; y en alguna ocasión -sobre todo en viajes- he llegado a ir más de siete veces en una semana. Solo dos veces me he marchado en el intermedio (no diré cuáles, por discreción), aunque he tenido la tentación de hacerlo unas pocas más. Pero casi siempre encuentro disfrute.

La primera vez de la que tengo conciencia de haber ido al teatro fue en Gerona, donde viví de niño. Recuerdo vagamente un festival, o un ciclo, no sé, con tres o cuatro obras en el teatro Municipal. Una de ellas me impresionó mucho, es la única que recuerdo: hablaba de una leyenda popular de la ciudad, el Tarlá, un acróbata que entretuvo a los vecinos de la calle de Argenteria durante una cuarentena provocada por una epidemia (no recordaba tantos detalles, los he sacado de internet, pero sí recuerdo la fascinación que me produjo, y que me sigue produciendo, el escenario). Por eso me gusta que la butaca a la que han puesto nombre esté en la primera fila, muy cerca de la escena, donde puedo sentir su latido y escuchar su respiración.

Muchas gracias, Enrique Cornejo, por tu generosa iniciativa. Y muchas gracias a todos (sois tantos: actores, directores, cantantes, bailarines, periodistas...) los que me hacéis seguir disfrutando y queriendo el teatro. Y disculpad que, una vez más, emplee estas líneas para un desahogo personal.

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