Sorolla y el Ballet Nacional

He dicho repetidas veces que el Ballet Nacional de España es uno de los tesoros de la cultura española, porque guarda la llave de un legado irrepetible y es al tiempo el buque insignia de nuestra danza, absolutamente única y excepcional. Dirigir el Ballet Nacional es sencillo: solo hay que cuidar el patrimonio, sacarle lustre y fomentar la creación para incrementar el repertorio; todo ello con un conjunto cuidado y preparado. Dirigir BIEN el Ballet Nacional ya es harina de otro costal. Y ejemplos en un sentido u otro ha habido varios en el pasado; y que cada uno saque sus propias consecuencias. Antonio Najarro lleva dos años al frente del Ballet Nacional; un tiempo, por mucho que parezca, escaso para emitir un veredicto sobre su gestión, pero suficiente, eso sí, para darse cuenta de que el camino emprendido es el correcto, al menos en líneas generales.

Su última propuesta, estos días en el Matadero, es Sorolla, un trabajo inspirado en la serie pictórica, Visión de España, que el artista valenciano pintó por encargo de la Hispanic Society de Nueva York, y que es un friso de distintas tierras de nuestro país. A partir de los catorce cuadros, a Najarro se le ocurrió realizar un fresco en el que las danzas folclóricas tuvieran un destacado protagonismo.

El folclore (una de las patas de la danza española, junto con el flamenco, el clásico-español y la escuela bolera) agoniza en escuelas, conservatorios y, más aún, en los escenarios. No se libra del estigma político, se le asocia con los coros y danzas del franquismo y lleva posado un polvo rancio que provoca alergia a más de uno. Por eso ha sido más que acertada la decisión de Antonio Najarro de contar para este espectáculo (y más en estos tiempos de crisis) con figuras como Franco Dragone, uno de los creadores del Cirque du Soleil; Nicolás Vaudelet, uno de nuestros más vanguardistas y elegantes diseñadores (nació en Francia, pero lleva afincado en España mucho tiempo); y al música Juan José Colomer. Con ello, el espectáculo tenía garantizada una pátina de contemporaneidad y unos mínimos de calidad (los que se le deben exigir al Ballet Nacional, por otra parte).

En este sentido, me han interesado mucho más los trabajos de Vaudelet y de Colomer que el de Dragone. El primero ha buscado la inspiración en Sorolla, sobre todo en su color, y ha creado más de doscientos diseños (ha reciclado mucho material del propio BNE) de signo muy distinto; los de las falleras y los toreros me parecieron de una elegancia y una inteligencia exquisitos. Colomer ha hecho una partitura inteligente, compacta, cuidadosa con los ritmos y las exigencias de cada danza; me pareció que la grabación no le hacía justicia, y fue una lástima que no se presentara con orquesta en directo.

Esperaba más de Franco Dragone. Ha creado un entorno onírico en el que enmarca las coreografias, bello y sugerente, pero no encontré a Sorolla en las luces ni todas las transiciones me parecieron bien resueltas. Un trabajo correcto, pero a Dragone siempre se le debe exigir algo excelente.

Para la coreografía (columna vertebral sin la cual cualquier espectáculo cojea), Najarro se ha rodeado de tres artistas que aúnan sabiduría y juventud; imprescindible para afrontar este proyecto, en el que el rigor estilístico debe ir acompañado de una modernidad escénica. No conozco a fondo todas las danzas folclóricas pero, en líneas generales, las coreografías me parecieron serias y trabajadas. Siendo muy distintas entre sí, me llamó la atención que hubiera entre muchas de ellas curiosos nexos de unión (los ritmos, el movimiento de los brazos), que denuncian su origen popular.

Es encomiable también el compromiso de los bailarines, su trabajo para sacar adelante un programa que requiere un notable esfuerzo y en el que no hay descanso. Hay calidad en el Ballet Nacional, y en Sorolla lo demuestran; merece la pena subrayarlo. Ahora queda que el espectáculo, que acaba de despegar, pueda circular por los teatros españoles e internacionales (ahora que está tan de moda la marca España, éste es un ejemplo) durante mucho tiempo.

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