«Ay, Carmela», con Elisa Matilla y Jacobo Dicenta

«Ay, Carmela», de José Sanchis Sinisterra, se estrenó en Zaragoza el viernes 6 de noviembre de 1987 (¡gracias, hemeroteca!). La dirigió José Luis Gómez y la interpretaba él mismo junto a Verónica Forqué. No vi aquella función, pero sí la que volvió a protagonizar la actriz junto a Santiago Ramos, bajo la dirección de Miguel Narros; también la película que firmó Carlos Saura y el no-musical que dirigió el pasado año Andrés Lima y protagonizaban Inma Cuesta, Javier Gutiérrez y Marta Ribera.

En el teatro Galileo se presenta ahora una nueva versión de la obra, dirigida por José Bornás, y con Elisa Matilla y Jacobo Dicenta (que ha tomado el relevo de Daniel Albaladejo) como Paulino. Contada entre las brumas del recuerdo y la realidad, la historia de «Ay, Carmela» es la historia de dos cómicos que tienen la desdicha de estar en el lugar equivocado en el momento inoportuno. De dos supervivientes, dos miserables sin otro arma que sus toscas maneras artísticas ni más defensa que su entusiasmo. De dos víctimas de la intransigencia, la crueldad, la confusión, el odio y las represalias. Apoyados el uno en el otro, son dos ejemplos de resistencia: Paulino desde la sumisión y la docilidad. Carmela desde el orgullo y la dignidad, que a la postre le costará la vida.

Sanchis Sinisterra dibujó dos personajes de carne y hueso (más lo segundo que lo primero), de corazón y entrañas. Y es lo que más eché en falta en este montaje decoroso y limpio (tal vez demasiado). Carmela y Paulino discurren por él sin dejar huella, exponiendo su historia con frialdad, a pesar de la esforzada y segura interpretación de Jacobo Dicenta, que otorga patetismo a Paulino, y Elisa Matilla, que le da dulzura a un personaje que exige más redaños.

Fue la que vi una función extraña; apenas treinta o cuarenta personas en la sala, que no rieron ninguna de las muchas ocurrencias que tiene el texto. No sentí en ningún momento la vibración de la emoción, y sí el extraordinario esfuerzo de los dos actores, que sostuvieron la feroz y exigente función a pulso. Hay veces, y creo que ésta es una de ellas, en que las representaciones pesan más que otros días. Solo por el trabajo y el empeño de los dos, de Jacobo y Elisa, mereció la pena estar ese día en el teatro. Mi aplauso a los dos.

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