«Don Juan Tenorio», de Zorrilla, dirigido por Blanca Portillo


No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla... Don Juan Tenorio (José Luis García Pérez) entona los más célebres versos del teatro español con desgaire mientras, desnudo de cintura para arriba, se lava ante un barreño (incluyendo, de manera ostensible, sus ajetreados genitales). Junto a él, Doña Inés le escucha, a medio camino entre el asombro y la fascinación, que le llevan finalmente a desnudarse ante él y entregarse. Así (y sin sofá) resuelve Blanca Portillo la célebre escena del sofá en su esperada y ya discutida versión de «Don Juan Tenorio» que la Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta estos días en el teatro Pavón, donde se han agotado ya todas las localidades hasta el 15 de febrero.

Esta nueva producción del clásico de José Zorrilla ha despertado una gran expectación. No es de extrañar, ya que se trata de la visión de uno de los líderes de nuestra escena (así la definió, certeramente Juan Mayorga en la presentación del montaje) sobre uno de los textos más populares y representados (si no el que más) de la historia del teatro español. La curiosidad y el interés hacia este Tenorio son muy lógicos, máxime cuando Blanca ha azuzado el fuego en los días previos al señalar abiertamente que su versión pretendía desmontar el mito de Don Juan, apearle de su pedestal de héroe y presentarlo como el ser abominable que es. 

No le falta razón a Blanca Portillo: Don Juan es un ser deleznable, que no respeta nada, que atropella cuanto se encuentra en su camino. Y tiene también razón cuando dice que eso está en el texto de Zorrilla, y que solo hacía falta quitarle el barniz de romanticismo que con el tiempo ha limado las muchas aristas que la historia y el personaje tienen. Pero no creo que hoy en día, en 2015, necesite la directora convencer a mucha gente de lo que a mi me parece una obviedad, y es la naturaleza cruel y despiadada del personaje descrito por Zorrilla. 

Juan Mayorga calificó el montaje de Blanca Portillo de «importante». Creo que también ha dado el dramaturgo en la diana con esta definición, porque la producción es más que notable por intenciones, por trabajo, por interpretación. La directora, con la ayuda del propio Mayorga, autor de la versión (su mayor mérito es la levedad de su intervención), ha realizado una minuciosa disección tanto del texto y de los personajes; sin embargo, y ésta creo que ha sido su equivocación, siempre guiada por su tesis. Ha hecho prevalecer su idea por encima del propio texto, y donde Zorrilla trae redención para Don Juan gracias al amor de Doña Inés, Blanca Portilllo mantiene la (seguramente justa) condena del burlador sevillano.

Publicada en 1844, «Don Juan Tenorio» es un «drama religioso-fantástico» de indudable vuelo romántico, y es difícil sustraerse a esa naturaleza, especialmente en la segunda parte, habitada por los fantasmas. Blanca Portillo ha recurrido para ello a sombras que deambulan por la escena y que representan a los fantasmas de la conciencia del protagonista. Hay en ella (y también en el look de algunos personajes, como Don Luis Mejía, un cierto aire expresionista y setentero que, desde mi punto de vista, resulta inadecuado. Las transiciones, resueltas por la directora con composiciones originales de Pablo Salinas a ritmo de blues, resultan bellas aunque tampoco encuentran acomodo en la historia.

Del desmenuzamiento del texto que ha llevado a cabo Blanca son prueba los muchísimos detalles (algunos de ellos osados, como el citado de la escena del sofá, el desnudo de Doña Inés o el degollamiento de Don Luis) que en todos los niveles salpican la función y que ayudan a convertirlo en un espectáculo «importante», como bien dice Mayorga. Un espectáculo meditado, trabajado, serio, hecho con rigor, a la altura de lo que debe ser el trabajo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y que no encontré pesado a pesar de su duración, dos horas y media sin descanso.

Posee este «Don Juan Tenorio» poso y entidad, empezando por la sencilla y limpia escenografía, concebida por la propia Blanca Portillo, y siguiendo por el puntilloso trabajo con los personajes, especialmente con dos de ellos: Doña Inés y Brígida, cuyo dibujo es atractivamente novedoso. Ha contado la directora con un magnífico elenco. Es una perogrullada, pero no se puede hacer «Don Juan Tenorio» si no se cuenta con un actor capaz de echarse sobre los hombros a un personaje descomunal.  José Luis García Pérez realiza un trabajo excesivo; su Don Juan, a cuyos más recónditos rincones llega el actor, le exige un extraordinario desgaste, tanto a nivel vocal como físico. Ariana Martínez es toda una revelación como Doña Inés; tiene inocencia, temblor, pero también, como quería la directora, vehemencia y personalidad, además de una deslumbrante belleza. Y Beatriz Argüello -soberbia- aporta a Brígida (a menudo la «graciosa» de la función) picardía, suficiencia y descaro. Son los mascarones de proa de un elenco muy atinado, que rema en compañía en la dirección que les ha marcado Blanca Portillo, y que ayudan a convertir este «Don Juan Tenorio» en un espectáculo, repito, espléndido, apasionante y seductor incluso en lo que a mi me parecen sus equivocaciones.  

La foto es de Ceferino López

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