«La piedra oscura», de Alberto Conejero, dirigida por Pablo Messiez


«Perturbar, inquietar, alterar, mover fuertemente o con eficacia». Todo esto significa, según el diccionario de la RAE, la palabra conmover. Y «La piedra oscura» es una función conmovedora porque es al tiempo perturbadora, inquietante, alteradora y fuerte y eficazmente movedora. Entre otras cosas. Y lo es tanto por el texto de Alberto Conejero, como por la dirección de Pablo Messiez, la interpretación de Daniel Grao y Nacho Sánchez. la escenografía de Elisa Sanz, la iluminación de Paloma Parra, e incluso por la sutil ambientación sonora de Ana Villa. Todos estos elementos configuran una muy bella función de teatro. (Belleza, según la RAE: «Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas»).

Según explicó el autor, Alberto Conejero, en la presentación de la obra, en el cóctel de sentimientos, sensaciones, historias e ideas que le llevaron a escribir «La piedra oscura» estaban la ausencia, la memoria, las víctimas y los verdugos, el encuentro y el desencuentro... Y, gravitando por encima de todo ello, Federico García Lorca, convertido en símbolo de todo ello.

Para su obra, Alberto Conejero ha rescatado la figura de Rafael Rodríguez Rapún, un joven que fue el secretario del grupo teatral La Barraca, que comandaba Lorca, y que tambien fue el último amor del poeta (aunque algunos relatos confieren ese papel a Juan Ramírez de Lucas; no importa para lo que cuenta la función en cualquier caso). Murió en el frente de Santander el 18 de agosto de 1937, exactamente un año después del fusilamiento del poeta granadino. Y en un hospital militar de Santander sitúa Alberto Conejero la acción de «La piedra oscura». Allí, malherido, aguarda Rodríguez Rapún su final, custodiado por un joven soldado llamado Sebastián (un personaje, como la situación, que es fruto de la imaginación de Conejero). Es frágil y quebradizo, se muestra tembloroso y nervioso... Tiene órdenes, muy estrictas, de vigilar al prisionero.

El teatro de Alberto Conejero (al menos el que yo conozco) es poético y hermoso. Sus diálogos y sus personajes riman con aliento natural y sincero. «La piedra oscura» es el encuentro entre dos hombres inmersos en una tragedia a la que se han visto abocados sin razón ni explicación alguna. Dos hombres cuyas vidas están en las antípodas y a los que une la angustia, el dolor y la compasión. No es una historia sobre la guerra civil, dijo el autor en la presentación. Sí lo es, digo yo. Son dos hombres que podrían estar inmersos en cualquier conflicto, sí, pero es nuestra guerra la que se relata, la que les marca; la que marca también su historia. No es -no lo es del todo, algo sí- una obra política ni partidista. Pero lo que de verdad le importa (y lo que le importa también a Pablo Messiez, el director de la función) es la luminosa tragedia del encuentro entre los dos personajes, entre las dos víctimas. «Nadie puede desaparecer del todo», se despide Rafael de Sebastián, y en esa frase se resume la columna vertebral de la función.

También Pablo Messiez es un poeta que versifica con su puesta en escena delicada (vuelvo a la RAE: Fina, atenta, suave, tierna; sabrosa, regalada, gustosa; primorosa, fina, exquisita). Messiez hace suyo el texto y lo completa, entiende el universo de los dos personajes, su tormento y su generosidad, y enfoca la mirada y el oído (y de paso el corazón y la conciencia) de los espectadores hacia el texto y los actores. Daniel Grao y Nacho Sánchez hacen un trabajo sensible, conmovedor y emocionante. Y sincero, muy sincero. El primero dando vida a un hombre derrotado y anhelante; el segundo (un descubrimiento) encarnando a un joven torturado y vehemente. Una pieza de teatro ejemplar y profundamente emotiva.

La foto es de marcosgpunto

Comentarios

Entradas populares