«La última sesión de Freud», con Helio Pedregal y Eleazar Ortiz

Hay magníficas funciones de teatro que se convierten en extraordinarias por alguno de los elementos que en ella intervienen. Es lo que sucede con «La última sesión de Freud», un magnífico y sencillo espectáculo que se vuelve sobresaliente por la memorable encarnación que Helio Pedregal hace del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. Desde la primera fila, a apenas un metro de distancia, donde la verdad y la mentira del actor no puede ocultarse, el trabajo de Helio Pedregal resulta verdaderamente prodigioso.

Siempre he admirado a Helio Pedregal, un actor callado, discreto, pero de una infrecuente calidad y que ilumina cualquier reparto, ya sea en el teatro, su habitat natural, como en sus contadas apariciones en el cine y la televisión. Seriedad, profundidad, rigor, análisis, naturalidad, son las armas con las que Pedregal afronta siempre sus interpretaciones. En su encarnación de Sigmund Freud ha ido incluso más allá, con una transformación física absolutamente pasmosa (el parecido con el psiquiatra vienés es extraordinario) y un trabajo de composición del personaje que le ha llevado (espero no revelar ningún secreto) a trabajar con fundas en los dientes para tratar de aproximarse a los dolores que Freud, enfermo de cáncer de boca, sentía en el final de su vida. Si a ello se le añaden las habituales virtudes del actor antes expresadas, el resultado es una actuación memorable.

«La última sesión de Freud», escrita por el estadounidense Mark St. Germain, recrea una imaginaria entrevista entre el psiquiatra y C. S. Lewis, profesor universitario en Oxford y autor de «Las crónicas de Narnia». Una anotación en la agenda de Freud señalando la visita de un profesor universitario el 3 de septiembre de 1939; aquél día, Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania; en la BBC hablaban Neville Chanberlain, primer ministro, y el Rey George VI, Esa anotación le sirvió a Armand Nicholi para fabular con que ese profesor era C. S. Lewis (en su libro «La cuestión de Dios»), y St. Germain imaginó la entrevista. Con este telón de fondo se desarrolla la conversación entre Freud, ateo persuadido, y Lewis, convencido creyente. Se trata de un inteligente combate de esgrima intelectual, brillante, donde cada uno expone con respeto y vehemencia (especialmente Freud) sus argumentos. El psicoanalista usa el florete del humor, el de la ascendencia, y se topa con la convicción, la inteligencia y la seguridad de su contrincante. Es un diálogo apasionado y apasionante, interrumpido por los problemas físicos de Freud, y que su autor transforma en una fascinante pieza teatral.

El montaje, tan sencillo como cuidado, está sutilmente dirigido por Tamzin Townsend, que sabe aprovechar la energía de los dos actores para hacer una puesta en escena ágil y dinámica. Eleazar Ortiz es un actor de parecidas características a Pedregal, que se afina en el mismo diapason y que le da la réplica con solidez.  

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