«Antígona», de Sófocles, en versión y dirección de Miguel del Arco para Teatro de la Ciudad


Todos los montajes que llevan la firma de Miguel del Arco despiertan una desacostumbrada expectación. Se lo ha ganado a pulso el dramaturgo madrileño con sus anteriores trabajos, la mayoría de ellos excepcionales. Alguno de ellos, incluso -pienso en «La función por hacer»-, se puede considerar como histórico y ha marcado un antes y un después en el teatro español.

La asociación de Miguel del Arco con otros dos grandes animadores de nuestra escena -Andrés Lima y Alfredo Sanzol- en un proyecto bautizado Teatro de la Ciudad es una aventura más que atractiva, y ha elevado la intensidad del foco sobre su trabajo, que ha sido además el que ha levantado el telón del proyecto. La tragedia clásica es el leitmotiv de estos primeros montajes de Teatro de la Ciudad, y «Antígona» el título elegido por Del Arco; como es habitual, él firma la adaptación del texto de Sofocles.

«Antígona» es una de las más emotivas y profundas historias de la historia del teatro. Fue escrita hace veinticinco siglos, y todavía tiene mucho que enseñarnos y que decirnos. La versión de Miguel del Arco tiene muchos aciertos, pero hay uno que resulta sobresaliente: que una mujer encarne a Creonte. Su enfrentamiento con Antígona -su conflicto- adquiere de esa manera una novedosa e interesantísima dimensión, de tal manera -y coincido aquí con mi admirado Marcos Ordoñez- que la función podría llamarse en esta ocasión «Creonte», tal es el protagonismo que adquiere este personaje.

Antes del estreno, le pregunté a Miguel del Arco si había sido antes el huevo o la gallina; es decir, si había pensado convertir a Creonte en mujer y había surgido entonces el nombre de  Carmen Machi, o lo había hecho precisamente para que fuera la actriz quien lo encarnara. Me contestó que no sabría decirlo con exactitud, pero seguramente -esto lo digo yo-, el talento de Carmen pesó mucho en esta decisión (Al hilo de esto: el compositor Rodion Schehedrin, autor de una aplaudida revisión de la ópera «Carmen», me confesó en una ocasión que había subrayado, en sus arreglos, el protagonismo de la percusión en la partitura porque la Orquesta del Bolshoi, que era la que la debía interpretar, contaba en aquella época con unos extraordinarios percusionistas).

Carmen Machi es una actriz que transforma el escenario con su presencia, una de esas actrices con imán para los focos y las miradas, capaz de iluminar con claridad los más escondidos rincones de su personaje. Su trabajo en «Antígona» es deslumbrante y, con la ayuda de Miguel del Arco, le otorga a Creonte, y por tanto a la tragedia, una novedosa e interesante dimensión. Lo llena de sensibilidad, de compasión, de humanidad, de grandeza, cuando con tanta frecuencia se pinta a Creonte como un dictador impío y cruel. La aparición de Carmen eleva la temperatura del escenario, y contagia a sus compañeros: Manuela Paso, Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, Raúl Prieto, José Luis Martínez, Silvia Álvarez, Santi Marín y, muy especialmente, Manuela Paso (Antígona) y Raúl Prieto (Hemón), que componen un entonado y por momentos conmovedor reparto.

A ello se suma la versión particularmente diáfana que ha escrito Miguel del Arco y que, insisto, adquiere sentido cuando gira en torno al personaje de Creonte; en él, en sus decisiones y sus convicciones, pone el foco del conficto el autor, con lo que el drama de Antígona -no poder enterrar a su hermano muerto- queda en un segundo plano. 
 
Un diapasón especialmente alto y el tono lacrimógeno -me consta que en las representaciones posteriores al estreno, que es la que yo vi, se ha corregido- y el uso del coro, que no termina a mi entender de encajar con el ritmo y la estructura de la funcion, son los únicos elementos discordantes en esta versión, que Miguel del Arco y sus colaboradores han sabido convertir además en un muy bello espectáculo. No puede, sin duda, haber comenzado con mejor pie la aventura del Teatro de la Ciudad.


 

 

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