«Reina Juana» y Concha Velasco


Tengo que postrarme a los pies de Concha Velasco. La admiración que sentía por ella personal y profesionalmente se ha multiplicado después de verla en el monólogo «Reina Juana», en el teatro de La Abadía, en el que interpreta a Juana I de Castilla, más conocida como Juana la Loca.

En septiembre de 2010, escribí en este mismo blog -y reproduzco mis palabras textuales-: «Nunca he sido fan de Concha Velasco. Le reconozco un talento extraordinario, una fabulosa capacidad de comunicación y una presencia escénica que es patrimonio de muy pocos actores. Pero algo me ha distanciado siempre de ella». Han pasado cerca de seis años, y esa distancia se ha reducido extraordinariamente. No solo en el plano personal -no me atrevo a decir que hayamos forjado una amistad, pero sí una relación de mutuo cariño cimentada sobre un puñado de enjundiosas y conmovedoras conversaciones, al menos para mí-, sino también en el profesional... 

Aunque los dos están relacionados. Porque mi admiración por ella comienza con el hecho de que decida subirse a un escenario, con 76 años, para entregarse en cuerpo y alma a un personaje como el de Juana de Castilla, ponerse en manos de un director, en este caso Gerardo Vera, y seguir sus directrices con el entusiasmo y la fe ciega de una debutante. No hay que olvidar que hace apenas un par de años Concha fue operada de gravedad y que, espero que no lo tome a mal, ya no es una niña. Por eso es muy de valorar que brinde al público un trabajo así; que sería, sin estas circunstancias, igualmente plausible.

«Reina Juana» es, gracias sobre todo al trabajo generoso de Concha Velasco y a la soberbia puesta en escena de Gerardo Vera y de su equipo -mágicas las luces de Juanjo Llorens-, un espectáculo magnífico. Su autor, Ernesto Caballero, ha imaginado a la Reina en la noche del 11 al 12 de abril de 1955, la víspera de su muerte, y en ella Juana vomita su confesión, tan apasionada como desesperada, tan cuerda como lamentada. Repasa su vida, la relación con sus padres, con sus hijos, con su esposo... Y la relación con esa mente suya incapaz de detenerse y siempre bulliendo.

Gerardo Vera cuida a Concha Velasco, pero eso no significa que se lo ponga fácil. Pone frente a ella una completa gama de colores y la actriz se entrega al reto (notablemente salvado) de dibujar un personaje lleno de matices, de rincones, de sombras, de luces. Decide jugar sin reservas, sin pensar en la siguiente función, y olvidándose, más que nunca, de Concha Velasco para hacer que las palabras de Ernesto Caballero las pronuncie el corazón de la propia Juana. Lo dicho: a sus pies, señora Velasco, querida Concha.



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