Bodas de sangre


En el teatro Alcázar se ha estrenado Bodas de Sangre, en una coreografía que firma Paco Mora y donde lo mejor, sin duda, es la interpretación transparente, sensible y musical de Virginia Domínguez, una hermosa Novia. Durante la representación no podía dejar de acordarme de la versión que hace ya treinta y cinco años creó Antonio Gades, y que todavía hoy sigue siendo un luminoso y revelador ejemplo de danza narrativa. Y es que Gades –como Béjart, como Pina Bausch- supieron encontrar eso que el propio coreógrafo llamaba “el baile entre los pasos” para emocionar al público con la expresión, para traducir en movimientos las palabras –en este caso, los arrebatadores versos de García Lorca-. A Gades, lo decía siempre, le costaba crear. Y es que cada segundo de danza tenía detrás una reflexión profunda. A la inspiración, si llegaba, no le quedaba otro remedio que sentarse a esperar a que Gades terminara de moldear cada segundo para lograr que cerebro y corazón llevaran el mismo ritmo. Ahí está, para demostrarlo, ese puñado de obras que poseen, a partes iguales, inteligencia y emoción: las propias Bodas de Sangre, Fuenteovejuna, Carmen… Una de las grandes lecciones de Gades, además, es que sólo hay que contar lo imprescindible, la esencia de la historia. El resto es superfluo y no hace sino estorbar y entorpecer. Cuando el público se pregunta por qué determinado personaje se comporta de una manera o qué quiere decir el coreógrafo con una escena concreta es que la comunicación con los espectadores se ha roto. Algo que ocurre con bastante frecuencia en estas meritorias Bodas de Sangre. Y esa comunicación, no lo olvidemos, es la clave y la columna vertebral del teatro.

Comentarios

Entradas populares