Solá y Oteyza


Conocí a Miguel Ángel Solá una mañana de abril de hace unos años en el Círculo de Bellas Artes. Estaba a punto de estrenar en Madrid “Hoy, el “Diario de Adán y Eva”, de Mark Twain” y mi amiga María Díaz, que llevaba entonces la prensa del espectáculo, organizó la entrevista. Me ganaron la profundidad de sus reflexiones, la serenidad de su discurso, la convicción con que expresaba sus argumentos... Pero sobre todo me desarmó el modo en que se referia siempre a su mujer, Blanca Oteyza, también su compañera en esta obra. A ella la había saludado fugazmente yo unos días antes en ABC, adonde vino para hablar con un directivo del periódico por si había alguna manera de apoyar el proyecto. Cada vez que Solá hablaba de Blanca se asomaba una lágrima a sus ojos y le temblaba la voz. O estaba profundamente enamorado o era un extraordinario actor. En su caso eran las dos cosas.
Con el tiempo he frecuentado a Miguel Ángel y Blanca, Solá y Oteyza, y la relación se ha convertido en una amistad cimentada más en el cariño que en la continuidad del trato. Hace unos días -esos privilegios de los que uno goza de vez en cuando- estuve, junto con un puñado de amigos de la pareja -entre ellos el "mago" Danny Mejías-, en su casa, donde ofrecieron una lectura de “Por el placer de volver a verla”, una obra de Michel Tremblay que estrenarán a primeros de octubre en Avilés. Es un texto lleno de humor, de poesía, de ternura, un texto para abrigarse con él, y escuchado en esa intimidad, con esa cercanía, sorbiendo casi la respiración y las palabras de los actores, desprovisto de trucos, vestuario o escenografía, resultó todavía más entrañable.

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