John Kander


Uno de los aspectos más gratificantes de esta profesión es poder conocer a personas a las que admiras. Ayer estuve con John Kander, el autor de musicales como Chicago o Cabaret y de canciones como New York, New York (con cuyos derechos de autor podrán vivir a cuerpo de rey hasta sus tataranietos, seguramente). Jamás pensé que podría conocer a John Kander; para mí, apasionado del teatro musical, era un nombre legendario, una figura que suponía inalcanzable… Por eso ayer, cuando le tuve delante, cuando le estreché la mano, sentí una sensación muy extraña, como si me costara asociar al hombre con el nombre. Media hora de entrevista apenas da para mucho (según el caso, a menudo es incluso demasiado), y más cuando delante tienes alguien a quien estarías horas y horas escuchando y preguntando. Pero en ese rato intuí a un hombre lleno de vida y de una amabilidad extraordinaria. Cariñoso, afable, dulce, expresivo… Me contó que era la primera vez que visitaba España. Antes de venir a Madrid, al estreno de Chicago, pasó unos días en Barcelona. No suele acudir, me habían contado, a los estrenos internacionales de sus obras. Le pregunté por qué y me contestó riendo: “Porque soy estúpido”. Vive en el campo, me dijo, y no suele salir demasiado. Pero eso va a cambiar, añadió; se ha dado cuenta de que se ha perdido muchas cosas que hubiera visto si hubiera viajado, y ahora, con 82 años, intentará recuperar el tiempo perdido “mientras pueda andar”. Yo no soy especialmente mitómano, pero le había llevado para firmar un estuche (un disco libro) que se editó en el décimo aniversario del estreno de la producción que está actualmente en Broadway. Lo miró extrañado y dijo: “Yo no había visto esto antes”, ¿qué es? Sorprendido, se lo expliqué mientras él lo hojeaba. “Hay incluso un texto suyo”, le dije. Le indiqué la página, y leyó curioso. “¿Esto lo he dicho yo?”, rió… “Bueno, sí, claro…” Estuve tentado de decirle que se lo quedara, pero fui egoísta, y preferí tenerlo yo con su firma… Por la noche, en el estreno de Chicago, al concluir la representación, salió al escenario con el público puesto en pie y los intérpretes a punto de ebullición. Se volvió a ellos -“perdonen que les dé la espalda”, dijo al público en inglés- y a continuación aseguró emocionado que era la compañía con más talento que había visto nunca. Un piropo que demuestra su grandeza, su generosidad, su educación, su encanto… Una vez más, he comprobado que los más grandes suelen ser también los más sencillos.

Foto: Francisco Seco
La entrevista la encontraréis en esta dirección:
http://www.abc.es/20091127/cultura-teatros/entre-tanto-montaje-faraonico-200911271035.html

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