La traviata: clásico en todos los sentidos

Hay que aplaudir sin reservas la iniciativa de Iñaki Urlezaga —un bailarín argentino que ha visitado en varias ocasiones nuestros escenarios— a la hora de crear el ballet que estos días se puede ver en el teatro Nuevo Apolo. Hay que admirar, también, su arrojo, porque no es una empresa sencilla, y menos en estos tiempos, armar una nueva compañía y poner en pie un espectáculo de estas características. Los frutos son cuando menos dignos —el público del día del estreno oficial aplaudió con estruendo y premió con sus bravos el trabajo y el esfuerzo de los bailarines— y, si se ponen en el fiel de la balanza pretensiones y resultados, la conclusión es positiva. Porque el empeño de Urlezaga —que por primera vez acude a Madrid como cabeza de cartel— es honrado y comprometido, algo que debería ser condición sine qua non en los escenarios, pero que en realidad no siempre lo es.
«La traviata» sigue casi al pie de la letra la historia contada en la ópera de Verdi —cuya partitura suena sin las voces y algo cercenada— por Francesco Maria Piave. Es un ballet clásico en el más amplio de los sentidos, con una coreografía que firma el propio Urlezaga y que busca la expresividad por encima del virtuosismo, aunque los solistas no tengan una particella fácil. El vestuario es rico y atractivo, aunque no así la escenografía, castigada además por una iluminación roma y vulgar.
Una compañía —Ballet Concierto— muy joven y todavía sin el peso específico deseable acompaña a Urlezaga, que ha pensado más en el conjunto del espectáculo que en sí mismo; sus intervenciones están llenas de clase, de prestancia, de suficiencia técnica. Eliana Figueroa también dibuja con sensibilidad y bella línea su Violetta Valery.


ABC, 8-V-2010

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