Los miserables: segunda parte

Tras una semana más que atareada, retomo mis obligaciones para con vosotros en el blog. Ya os he contado el concierto del XXV Aniversario del estreno de Los miserables, el domingo 3. El día antes asistimos a la última función en el Barbican de la nueva producción del musical, que Cameron Mackintosh ha creado para celebrar los veinticinco años, llevarlo de gira y, de paso, exprimir un poco más el producto (algo que me parece muy bien). Dentro de algo menos de mes y medio tendremos aquí esa misma producción, con un reparto más que prometedor.
Me hizo una ilusión especial poder ver Los miserables en el mismo teatro donde nació. No es un lugar especialmente acogedor, pero... Y fue emocionante volver a escuchar en directo esas majestuosas primeras notas de la partitura (los nuevos arreglos le dan mayor brillo), como el resto de la función, donde brilló, especialmente, el Jean Valjean de John Owen Jones. Es un cantante de voz poderosa, heroica, que conoce todos los rincones de un papel enormemente exigente. Un portento. El resto del reparto es magnífico, con mención especial para Rosalind James (Eponine), Earl Carpenter (Javert) y Ashley Artus (Thénardier).
En cuanto a la producción, es difícil competir con los recuerdos, y para muchos (entre quienes me incluyo) ese primer encuentro con las barricadas es algo imborrable. Matt Kinley firma la escenografía de este nuevo montaje, y para ella se ha inspirado en dibujos del propio Víctor Hugo. En este sentido, el espectáculo es evocador, con momentos de gran belleza apoyados en las proyecciones: el recorrido por las cloacas tiene profundidad y perspectiva, y el suicidio de Javert, ayudado por unas excelentes luces, es otra escena lograda.
Desaparece el giratorio, base de la producción original, y el mágico momento de la creación de las barricadas no es tan impactante; a cambio, los distintos planos en que se colocan los intérpretes, unido una vez más al uso de las proyecciones, añade dramatismo al One day more con que concluye el primer acto. La muerte de Eponine (quizás un problema de dirección) no me conmovió tanto como esperaba, pero por contra todo el final de la obra, incluyendo la boda, tiene un gran vigor. Una producción, en resumen, a la altura de la obra.

Foto: Michael Le Poer Trench

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