¡Ay, Carmela!

«¡Ay, Carmela!», de Sanchis Sinisterra, se estrenó en Zaragoza en noviembre de 1987, con Verónica Forqué y José Luis Gómez (también director) como intérpretes. La llevó tres años después al cine Carlos Saura, en una película protagonizada por Carmen Maura y Andrés Pajares, que se llevó trece goyas, entre ellos el de mejor película. Su productor de entonces, Andrés Vicente Gómez -repentinamente enamorado del género- la ha convertido ahora en musical. No es, como su última producción, un musical de gran formato, con gran aparataje escenográfico y números de canto y baile espectaculares, pero tampoco todos los musicales lo son. Que Andrés Lima, el director de esta versión, diga que no es un musical, sino «teatro con música», o algo más cercano al cabaret (eso sí que no), no es sino un intento de huir de un género que no es más que eso, «teatro con música», y que tiene numerosas variantes; e igual que en el teatro de texto hay una amplia gama de que va desde el vodevil hasta la tragedia, en el teatro musical ocurre lo mismo. ¿O son iguales, por poner dos ejemplos conocidos, «Cabaret» y «El Rey León»? Sigo sin entender esta esquizofrenia de muchos profesionales del teatro con respecto al musical.

Con etiqueta o sin ella, que no deja de ser algo totalmente secundario, «¡Ay, Carmela!» es un buen espectáculo, todavía balbuciente -vi la función del martes, la segunda con público que hacían, y que Lima denominó «ensayo general»-. José Luis García Sánchez ha realizado la adaptacion, a la que se le pueden poner algunos reparos, del magnífico texto de Sanchis Sinisterra, que cuenta la peripecia de dos cómicos de tres al cuarto que se ganan la vida por los caminos, y que sin darse cuenta dejan atrás la zona republicana y se meten en un pueblo tomado por los nacionales con la ayuda de militares italianos; se han añadido cinco personajes más, uno de ellos creado expresamente para esa extraordinaria actriz todoterreno que es Marta Ribera. Ella es el narrador, Gustavete o un oficial alemán, y siempre con su luminosa presencia y energía.

Inma Cuesta y Javier Gutiérrez son, junto a Marta, lo mejor del espectáculo. Ella aporta al personaje su belleza, su radiante naturalidad, su arrojo y su magnetismo; su Carmela es siempre una mujer echá pa'lante, y canta con muy buen gusto sus canciones. Gutiérrez le da humanidad, ternura y el patetismo a un papel, el de Paulino, al que llena de colores y matices. La batuta de Lima, atenta con estos dos personajes, descuida al resto, trazados con brocha gorda y que aparecen grotescos y caricaturizados. Con el elemento político muy subrayado, hay escenas que lastran el buen ritmo general, como el número del brigadista norteamericano y el oficial italiano cantando al unísono, o el final del primer acto, con un larguísimo bombardeo que no aporta nada a la acción.

La música original, el elemento diferenciador de esta versión (y que interpreta un reducido grupo de cuatro músicos) es amable, con canciones agradables y que suenan bien en las gargantas de las magnificas (merece la pena repetirlo) Inma Cuesta y Marta Ribera. Es un buen apoyo del clima agridulce del espectáculo, que alcanza su mayor nivel de emoción en la efectiva escena final, con la canción «El Ejército del Ebro» («¡Ay, Carmela!») sonando por todo el teatro.

La foto, una vez más, es del espléndido Javier Naval

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