Feelgood

En la gira de Todos eran mis hijos, la obra de Arthur Miller dirigida por Claudio Tolcachir, nació un proyecto singular cuyo primer fruto es Feelgood, la función que puede verse actualmente en las Naves del Español, en el Matadero. Varios de los actores que conformaban el reparto de la obra de Miller unieron sus fuerzas para poner en pie esta segunda obra, donde todos ellos, con Fran Perea a la cabeza, son al tiempo intérpretes y productores.

Con el deseo de seguir haciendo teatro juntos, constituyeron la productora Entramados y buscaron textos. Encontraron Feelgood, de Alistair Beaton, una obra estrenada en Gran Bretaña en 2001 con un gran éxito.

Se trata de una sátira política en clave de comedia, por momentos casi de vodevil, con enormes dosis de vitriolo, que en sus primeros asaltos golpea una y otra vez al espectador arrancándole cómplices carcajadas con un ritmo frenético. Alberto Castrillo-Ferrer, el director, lleva la función con paso firme: al galope primero, en un primer acto sin apenas respiro, aunque pierde algo de fuelle cuando pasan los minutos, para remontar en el brillante final.

En Feelgood se nos muestra la trastienda del congreso de un partido político. Dos asesores tratan de elaborar el discurso final del presidente del Gobierno (al que se conoce como GP). Aparecen en escena una tercera asesora, un guionista de televisión contratado para añadir gotas de humor al discurso, un ministro con demasiado polvo bajo su alfombra, y una periodista (ex pareja además de uno de los asesores) que está a punto de publicar un comprometido reportaje.

Todos los personajes son reconocibles: el político corrupto, el guionista chistoso, el asesor de prensa sin escrúpulos, la periodista entrometida... Todos, salvo esta, son diáfanos, abiertos. Peor dibujado me parece el papel que interpreta Manuela Velasco: no me creo que una periodista (con una carrera que vivió tiempos mejores) pueda pensar ni por un segundo en renunciar a un magnífico reportaje. 

Son, en cualquier caso, borrones que no empañan una magnífica función, con un soberbio trabajo de interpretación general donde destacan Fran Perea, que le da seriedad y mordiente a su papel de implacable asesor de prensa; Jorge Usón, como el ocurrente guionista; y, sobre todo, Jorge Bosch, un magnífico actor que ofrece su vis cómica y su talento al abyecto y sobrado ministro cuyas corruptas maneras desencadenan la trama.

Y un párrafo aparte para Carlos Hipólito, que interpreta a GP en un vídeo final, y ante el que una vez más, hay que descubrirse: solo un actor de su talla puede, desde una grabación, dar tanto mordiente a un personaje totalmente insignificante y levantar la función de la manera en que él lo hace.

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