Naomi Campbell

Mi amiga Rocío Ponce se ha hecho eco en abc.es del éxito del programa The face, un reality-show en el que participa como mentora Naomi Campbell, y yo tomo el pie para escaparme por un momento de la escena y contaros mis recuerdos de mis (muy breves) encuentros con la modelo, a la que bautizaron, no sin razón, la diosa de ébano. Fueron dos y, naturalmente, vinculados a mi relación con Joaquín Cortés, durante un tiempo muy cordial y estrecha. 

Si no recuerdo mal, Joaquín y Naomi habían coincidido en una comida en Madrid; entonces, me contaron, ella ni siquiera se fijó en él. Pero pocos años después, comenzó el despegue internacional de Joaquín, impulsado por Giorgio Armani, que hizo la ropa de su espectáculo Pasión gitana (lo hizo literalmente; alguna de las bailarinas se quedó de piedra cuando vio al diseñador arrodillarse para cogerles un dobladillo).

En septiembre de 1996, Joaquín Cortés hizo una gira de presentación por Estados Unidos: Nueva York (el Radio City Music Hall), Los Ángeles, Boston y Miami; yo le acompañé en las dos primeras ciudades. Antes de viajar de Nueva York a Los Ángeles, a Joaquín le habían pedido que posara para unas fotos que habrian de publicarse en la revista Elle. Joaquín, Macarena Blanchón (su entonces jefe de prensa) y yo, que no quería perdérmelo, fuimos al estudio que tenía el fotógrafo Sante D'Orazio en Broadway. Allí estaba Naomí Campbell (después me contaron que había sido ella misma la instigadora del encuentro). La sesión (la imagen es la polaroid de una de las fotos) fue de alta tensión; había una evidente química entre los dos y la temperatura subió unos cuantos grados. Joaquín no hacía más que pedir hielo.

Fue Naomi Campbell la que insistió después en buscar a Joaquín. Al cabo de unas semanas le llamó por teléfono (casualmente, yo estaba también con él), y a través de una tercera persona (ella no hablaba ni una palabra de castellano ni él una palabra de inglés) le pidió que la acompañara a la inauguración en Barcelona del Fashion Café, que ella patrocinaba junto con otras top model. Era el mes de diciembre de 1996, y allí comenzó todo.

En febrero, Naomi Campbell vino a Madrid para celebrar el cumpleaños de Joaquín. Primero le quiso sorprender en los estudios de la calle Soria donde ensayaba su nuevo espectáculo, y casi provoca una crisis familiar, con vodevilescas situaciones a su llegada. Después fue la gran protagonista de la fiesta que se celebró en La Soleá, un local de la Cava Baja. Pocas veces he visto a una mujer tan bella. Llevaba un traje creado a partir de un mantón de manila rojo muy ceñido: espectacular. Durante el tiempo en que yo estuve allí, apenas se relacionó con nadie. Sacó de su bolso un estuche con CDs y se entretuvo en poner música en la cueva en la que estábamos. Cuando se aburrió, estuvo charlando un rato con Cristóbal Reyes, tío de Joaquín, y finalmente bailó acarameladamente con éste.

Alguien cruzó al vecino restaurante de Lucio para traer algo de comida, y el propio restaurador (le debieron de decir que estaba allí Naomi Campbell) se acercó con una bandeja de sus famosos huevos rotos. A la modelo no debió nadie explicarle ni quién era Lucio ni el plato que traía, y despreció los huevos con un mohín de desagrado. Por más que le insistieron, no metió el tenedor. 

No sé bien lo que pasó unos meses después en Canarias, cuando ella tuvo que ser ingresada por sobredosis de barbitúricos o alergia a unos antibióticos (se habló de las dos cosas). Se escribieron y dijeron muchas cosas; a mí me contaron que hubo muchos gritos, y cuando hablé con Joaquín, un día después, le encontré muy afectado y asustado por todo lo que había sucedido, y no le quise preguntar más. Eso queda para su intimidad.



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