El cojo de Inishmaan, en el Teatro Español

Acaba de estrenarse en el Teatro Español «El cojo de Inishmaan», un texto del británico Martin McDonagh (autor de la subyugante «La reina de belleza de Leenane»). Fue la inquieta Irene Escolar quien descubrió el texto, estrenado en Londres hace casi tres lustros. Es difícil expresar con palabras la pasión que Irene siente por el teatro -me atrevería a decir que por la vida-. Su curiosidad, su avidez, su incansable afán de aprender y mejorar la convierten en una glotona y casi compulsiva devoradora de experiencias escénicas: lecturas, funciones, películas, series de televisión... Cuando leyó el texto, se enamoró, y con entusiasmo contagioso se lo llevó a Gerardo Vera, que la había dirigido en la sobresaliente producción de «Agosto». Vera, con muchos más años que Irene, comparte con ella la pasión por el teatro -que expresa de manera menos vehemente-, y también se enamoró del texto. A partir de ese momento se puso en marcha el proceso de creación del montaje que acaba de ver la luz.

No me extraña la fe absoluta de Irene y Gerardo en este texto que me parece fascinante, prodigioso y fuera de lo común. «El cojo de Inishmaan» es una comedia hirientemente divertida, con un humor áspero y unos personajes tan fascinantes como umbríos y llenos de dobleces: crueles, violentos, simples, desquiciados, mezquinos... Todos mueven a la compasión. Son personajes hasta cierto punto valleinclanescos, deformados por los espejos de un callejón del gato irlandés. Y en medio de todos ellos, Billy el Cojo, el único capaz de soñar un horizonte, de ver con lucidez la decepcionante monotonía de su vida y de su entorno. Todos se burlan de él porque es un tullido y camina arrastrando los pies, sin darse cuenta que su minusvalía es aun mayor porque lo que arrastran en su camino es el alma.

Gerardo Vera firma el montaje; acostumbrado al preciosismo de sus puestas en escena, dominadas siempre por una cuidada escenografía, «El cojo de Inishmaan» se me ha quedado corta. Unos cortinones negros son el fondo recurrente sobre el que se asoman proyecciones y elementos escenográficos que no ayudan a lograr el ambiente que precisa esta función -y que a mí se me antoja aquí necesario-. Su montaje, sin embargo, es limpio, esencial, cariñoso con el texto, buscando siempre iluminar el trabajo de los actores.

Dos ilustres actrices, Marisa Paredes y Terele Pávez, encarnan a  las dos hermanas que regentan el colmado y cuidan a Billy desde que éste quedara huérfano. Prestan su jerarquía a sus papeles, pero creo que estos son tan grandes que a las dos intérpretes se les escapan por entre los dedos. Kate y Eileen (que así se llaman) son dos personajes gigantescos, llenos de humanidad, socarronería, humor, ternura. Un auténtico pastel que Martin McDonagh envuelve en el celofán de la ironía. 

Más acertado está Enric Benavent en su disparatado y absurdo (no podía ser de otro modo con ese nombre) Johnnypateenmike, un retorcido y ridículo bufón. Irene Escolar crece en cada nuevo papel: Helen es terriblemente cruel, pero al tiempo inspira ternura y lástima, y ambos colores están presentes en su matizada y detallista interpretación. Adam Jezierski aporta la inocencia precisa a su bobalicón personaje, mientras que Ferrán Vilajosana le otorga carisma, delicadeza y suavidad a Billy el Cojo, de quien es difícil no encariñarse (mérito que comparten a partes iguales, tengo la sensación, autor y actor). Marcial Álvarez, Ricardo Joven y Teresa Lozano completan con calidad el reparto.    

La foto es de Javier Naval

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