Tierra de nadie, de Harold Pinter, con Lluis Homar y Josep Maria Pou

En la rueda de prensa de presentación de «Tierra de nadie», Xabier Albertí, su director, y dos de sus actores, Lluís Homar y Josep María Pou, advertían: no es un texto fácil de entender, pero resulta fascinante. Y están en lo cierto. Después de ver esta obra, escrita en los años setenta por el premio Nobel Harold Pinter, sale uno del teatro (yo, al menos) con una extraña sensación, a medio camino entre la satisfacción y el desconcierto, paladeando todavía las hermosísimas palabras del texto y tratando de iluminar (confieso que inútilmente) sus rincones más oscuros. La emoción suele llegar a través de la piel, del corazón, de los sentimientos, pero también se puede lograr a través de la belleza de la palabra, aunque ésta sea de hielo.

«Tierra de nadie» es un puzzle sin resolver. Al menos yo no he sabido resolverlo, ni he logrado averiguar cuánto hay de onírico y cuánto de real en la relación entre los cuatro personajes que habitan esa inquietante habitación donde el alcohol y la poesía se adueña de sus paredes. «Tierra de nadie» es una borrachera: lúcida, lenguaraz, excesiva, vaporosa, dulce, embriagadora, desafiante, melancólica, absurda, divertida, brillante, tambaleante... Todo eso está en el críptico y enigmático texto, magníficamente traducido por Joan Sellent. Hay que dejarse envolver por esa borrachera de palabras, una catarata seductora y colorista, y por el magnetismo casi beckettiano (a mí los personajes me recordaban en cierto modo a Vladimir y Estragón, de «Esperando a Godot») de sus cuatro protagonistas, capaces de iluminar con sus sentencias la oscuridad del discurso.

Xavier Albertí, que explicó en la presentación antes citada su propuesta con claridad de catedrático, dibuja un espectáculo sencillo donde rezuman los vapores del alcohol que beben sus personajes, y abre las puertas a los actores para que estos se adueñen de la escena sin obstáculos. «Tierra de nadie» solo se puede poner en pie si se cuenta con dos actores mayúsculos (en Nueva York la interpretan actualmente Patrick Stewart e Ian McKellen), y la producción del Matadero cuenta con ellos. Especialmente Lluis Homar, un actor argénteo, que camina con eficaz equilibrio por la cuerda floja de su patético y al tiempo deslumbrante personaje. El de Josep Maria Pou es mucho más oscuro y apagado, pero el actor catalán lo llena de clase, de distinción y de sentido. Y los dos están maravillosamente secundados por David Selvas y Ramón Pujol.

Lo dijeron también los actores y el director en la presentación: «Tierra de nadie» es, por encima de todo, una singular y magnífica experiencia teatral.