«Cenizas» y «Entreactos», dos historias de amor en La Casa de la Portera

He ido en dos ocasiones esta semana a La Casa de la Portera. Quería ver «Cenizas», de Chevi Muraday -un trabajo que no pude ver en su anterior presentación en este espacio-, y «Entreactos», de María Inés González y Miguel Ángel Cárcano, dos autores cuyo estilo narrativo me interesa mucho.

«Cenizas» es, si no me equivoco, el primer espectáculo de danza que se presenta en La Casa de la Portera, un lugar poco propicio, por sus dimensiones, para bailar. Pero Chevi Muraday ha demostrado a lo largo de su fecunda carrera que es un creador inquieto, imaginativo y valiente, capaz de asumir retos como éste (que luego ha seguido otro peso pesado de nuestra danza, Ramón Oller). En «Cenizas» está ese universo acibarado, de colores ocres, que Chevi Muraday ha llevado a la escena en varias ocasiones. Un universo de recuerdos oníricos, de emociones contenidas, escrito con su personal y seductora caligrafía (su bullente creatividad oscurece a menudo su extraordinaria categoría como bailarín). En «Cenizas», explica él mismo, aparecen «dos personajes al límite que dialogan con sus cuerpos apoyados en los textos de Pablo Messiez y Guillem Clua». Chevi sabe enlazar con sensibilidad texto y movimiento, creando un conjunto de incuestionable belleza y amargo magnetismo, al que contribuye el espléndido trabajo de Alberto Velasco. Hay algo fascinante en esos dos personajes quebrados y patéticos, cuya historia gira en torno a un tenedor que Muraday limpia persistentemente; una incomprensible historia que, sin embargo, se agarra desde los primeros minutos al corazón del espectador, seducido por el sudor y la sinceridad de una danza más cercana, desnuda y valientemente expuesta que nunca.

«Entreactos» narra otra historia de amor, totalmente diferente en fondo y forma. El teatro de María Inés González y Miguel Ángel Cárcano busca a menudo historias cercanas y sencillas, se fija en personajes corrientes, vulgares, que no tienen otra cosa que contar que sus vidas, por otro lado nada extraordinarias. «Entreactos» no es otra cosa que retazos de la vida de una pareja a lo largo de diez años. Son dos mujeres, Julia y Elena, pero podrían ser dos hombres o un hombre y una mujer, tanto da. Los autores se han limitado a poner diálogos a estas vidas comunes y corrientes, y por ello mismo tan atractivas, tan llenas de verdad. Y verdad es, precisamente, lo que destila esta pieza: una verdad que hace que Julia y Elena empalicen con los espectadores y les seduzcan. No hay mejor guión que la vida. Un sofá es el símbolo del comienzo y el final de la relación entre Julia y Elena; las cosas no cambian nunca, dice la segunda. Pero a lo largo de las nueve escenas los autores nos quieren decir que las cosas cambian en las pequeñas cosas, que los detalles más insignificantes contribuyen a cincelar nuestras vidas, nuestro carácter; nuestra existencia. Que todo cambia y nos cambia. Irene Arcos y Sara Martín son cómplices, con su interpretación natural, sincera, comprometida y desnuda, de María Inés González y Miguel Ángel Cárcano, él mismo director de una función de esas que uno puede llevarse en el bolsillo y sacarla de vez en cuando para recordar que, a veces, lo más apasionante de la vida está en lo más cotidiano y habitual.

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