Alfredo Alcón

En enero de 1987, Blanca Berasátegui, que dirigía el suplemento de ABC «Sábado cultural», me encargó que entrevistara a Lluís Pasqual, que estaba a punto de estrenar «El público» en el teatro María Guerrero. Para acompañar la información, Borjá Sitjá, por entonces jefe de Prensa del CDN, me organizó a continuación un encuentro con dos de sus actores: Alfredo Alcón y Maruchi León. En el sofá del despacho de Pasqual nos sentamos los tres a charlar. Confieso que por entonces no sabía quién era Alfredo Alcón ni lo que significaba. Lo que más recuerdo de aquella entrevista fue su altura, su afabilidad y una sonrisa luminosa. Apenas salió un pequeño recuadro con sus declaraciones para acompañar la doble página con las palabras de Lluís Pasqual, y poco después me enteré de que Alfredo Alcón estaba muy molesto porque le hubiéramos dado el mismo trato a él que a la actriz, una debutante que hacía su primer papel en el teatro. Yo no terminaba de entenderlo, y además me sorprendía, pues de verdad se había comportado con una extraordinaria simpatía. Ahora... Claro que lo entiendo.

En mayo de 1997, Julio Bocca me invitó a Buenos Aires para asistir a varias representaciones que su compañía, el Ballet Argentino, ofrecía en el mítico Luna Park. En una de sus veladas intervenía Alfredo Alcón. Recitaba el «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías», de García Lorca, mientras Bocca bailaba los versos alrededor del actor. Les dirigía Norma Aleandro. La voz de Alcón se dibujaba tonante, vigorosa, enérgica, hermosamente coloreada. Pero no parecía estar cómodo; se humedecía los labios con la lengua constantemente, parecía sudoroso. Al cabo de un rato, y después de un verso contundente (creo recordar que un «¡¡No quiero verla!!») se desplomó. El público rompió en una atronadora ovación mientras caía el telón. Pasados unos segundos, la cortina seguía echada, y se adivinaba un nervioso movimiento tras ella. Más tarde me enteré de que Alcón había sufrido un desmayo; Julio Bocca estaba descompuesto, lo mismo que Lino Patalano (el mánager de Bocca) y Norma Aleandro. Afortunadamente, todo quedó en un susto y en los días siguientes Alcón pudo concluir las funciones sin problema. Una de esas noches tuve el honor de cenar con Alcón, con Bocca y con Aleandro en un restaurante cercano al Luna Park, con Alfredo Alcón totalmente restablecido.

Le volví a ver hace unos años, cuando Gerardo Vera le eligió para protagonizar su montaje -espléndido- de «Rey Lear», en el teatro Valle-Inclán (no pude ver su «Edipo XXI», que interpretó un poco antes a las órdenes de Lluís Pasqual, que lo adoraba). En el monumental personaje de Shakespeare Alfredo Alcón sobrecogía con una interpretación deslumbrante, acerada y magnética, además de conmovedora. Era un actor gigantesco; un «príncipe de la escena mundial», le ha definido Pedro Mari Sánchez, que trabajó con él en «El público», una expresión que me parece muy afortunada. Como afortunado fui yo por conocerle, aunque me quede la espinita de no haber tenido ni la edad ni la experiencia para saborear esos encuentros. Descanse en paz.

La foto es de Ros Ribas, y pertenece al citado «Rey Lear»

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