Julia Gutiérrez Caba en Almagro


No recuerdo haber visto más que una vez a Julia Gutiérrez Caba sobre las tablas; fue en la obra «Preferiría que no», de Antonia Brancatti, que interpretó junto a Cristina Higueras, y bajo la dirección de Gerardo Malla hace quince años en el teatro Muñoz Seca (¡gracias, Hemeroteca de ABC!). Recuerdo bien igualmente la presentación, en un restaurante, de la función, en la que me tocó sentarme frente a la actriz. A pesar de haberla visto esa única vez, Julia Gutiérrez Caba es para mí -como para varias generaciones de españoles- una presencia familiar, gracias a su participación en programas dramáticos y en series de televisión. Cualquier sinónimo de elegancia y distinción le cuadra. Su voz tostada y cristalina en la que no caben ni el grito ni el chillido, su perfecta dicción y su discreta sonrisa le confieren una inocultable distinción.

Esa es la imagen que me transmitía Julia Gutiérrez Caba (que no creo que difiera de la que le ofrece a todo el mundo) hasta hace unos días. Ha mejorado en las últimas dos semanas. He coincidido con ella varias veces: la he entrevistado (por segunda vez, pero en esta ocasión no la he encontrado apagada, sino todo lo contrario), he podido cruzar con ella unas palabras informales y la he visto en dos ocasiones en el escenario, las dos en el teatro Municipal de Almagro; una, durante el homenaje que se le rindió en el acto de entrega del premio Corral de Comedias, y otra en la lectura dramatizada «Escritos de Santa Teresa», dentro del ciclo Cómicos de la lengua, que ha dirigido José Luis Gómez.

De la gala del premio he hablado ya en ABC. Tuvo elegancia hasta para reprochar a los políticos que dejaran las palabras huecas sobre la importancia del teatro y pasaran a la acción. «Mi profesión, que nunca ha sido fácil, atraviesa una mala situación», se lamentó. Lo hizo, como cuento, sin aspavientos, sin elevar su voz, con educación, que es como creo que duele más. Aunque me temo que ninguno de los políticos presentes en el acto -José María Lassalle, secretario de Estado de Cultura; María Dolores de Cospedal, presidenta de la Junta de Castilla-La Mancha, y Luis Maldonado, alcalde de Almagro- se dieron, lamentablemente, por aludidos. Ojalá me equivoque.

Escuchar a Julia Gutiérrez Caba -«Juliguti», según reveló Jaime de Armiñán que llamaban sus compañeros a la actriz- interpretar a Santa Teresa hace crecer en mí la creencia de que es una verdadera lástima que haya dejado la escena; no definitivamente, me dijo, pero yo creo que es difícil que la veamos de nuevo vestirse un personaje: «Ya no estoy dispuesta a darle al teatro todo lo que pide». Lo comprendo, pero lo siento tanto... Fue una lectura de textos de la Santa de apenas tres cuartos de hora (acompañada por un texto erudito de Víctor García de la Concha, leído por José Luis Gómez). Son textos elevados, firmes, serenos e interrogante, muy difíciles de decir, pero fueron música de violonchelo en la templada voz y en el gesto anhelante de la actriz. Un silencio avizor se instaló en el público, que se sabía espectador de una lección magistral completamente única y singular.

Después de estos días, mi admiración por Julia Gutiérrez Caba ha crecido si cabe, y se mezcla con la simpatía y un respetuoso cariño. Que es una gran actriz ya lo sabía. Ahora intuyo (en realidad, sé, así me consta) que es una aún más grande mujer.

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