Londres: «Miss Saigon» y «Charlie y la fábrica de chocolate»


Hace veinticinco años, y siguiendo la estela del éxito de «Los Miserables», el productor Cameron Mackintosh quiso «fabricar» otro musical de éxito; convocó de nuevo a Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, que encontraron en la guerra de Vietnam el entorno perfecto para, de alguna manera, recrear la historia de la ópera «Madama Butterfly». Aquel musical se tituló «Miss Saigon» y se estrenó en 1989 en el impresionante Drury Lane de Londres, donde lo vi hace veinte años. Se trataba de una producción que basó buena parte de su publicidad en su espectacularidad, y especialmente en la aparición en escena de un helicóptero.

A Cameron Mackintosh, tan inquieto como avispado, le ha salido muy bien la jugada de las bodas de plata de «Los Miserables» y «El fantasma de la Ópera», celebrados hace cuatro y tres años respectivamente. Y ha querido repetirla con «Miss Saigon», un musical que estuvo en cartel en Londres diez años seguidos y otros tantos en Broadway. No le ha fallado la intuición a Mackintosh; los llenos en el Prince Edward, donde se representa actualmente, son contínuos; de hecho, el primer día que se pusieron a la venta las entradas la recaudación superó los 4,4 millones de libras, una cifra récord.

Al igual que hiciera con «Los Miserables», Cameron Mackintosh ha creado una nueva producción del espectáculo -tiene el proyecto de hacer también una película-, que no se aleja excesivamente de la original de hace veinticinco años. Si aquella llevaba la firma de uno de los grandes directores británicos de entonces, Nicholas Hytner, esta vez ha encargado la dirección a Laurence Connor, que ya trabajara con el productor en los aniversarios de «Los Miserables» y «El fantasma de la Ópera». 

Fiel al espíritu Mackintosh -la grandeur de las producciones-, Connor ha diseñado un espectáculo sugerente, dinámico y atractivo. Como veis en la fotografía, también baja a escena el helicóptero, y escenas como «The morning of the Dragon» o «American Dream» poseen la espectacularidad pertinente. Pero «Miss Saigon» basa su fuerza -también lo dice Mackintosh- en su música y, sobre todo, en su historia: una historia de amor en tiempos de guerra. Hay también historias de supervivencia, de ausencias, de temores, de sacrificios... Y Laurence Connor sabe dibujarlas con los colores precisos, apoyado por una partitura llena de momentos emocionantes, con canciones directas como «The heat is on in Saigon», «The movie in my mind», «The last night of the world», «I still believe» «I'd my life for you» y «American Dream».

De los intérpretes quiero destacar, en primer lugar, a Alfonso Casado, el director musical; sevillano (de Alcalá de Guadaira), jovencísimo (treinta años), se ha hecho un hueco en la «escudería Mackintosh». Su trabajo en la producción española de «Los Miserables» le llevó a Londres, donde coincidió en esa misma obra con Gerónimo Rauch, y se ha asentado en «Miss Saigon», que dirige con pulso y mimo. Es un orgullo que un director español -muy brillante, por otro lado- triunfe en la escena británica, siempre generosa con el talento, proceda de donde proceda. 

Kim es la protagonista de «Miss Saigon»; en 1989 sirvió para descubrir a una joven filipina de tan solo 18 años, convertida desde entonces en una de las estrellas del género: Lea Salonga. La misma edad tiene la protagonista de la producción actual, la estadounidense (de origen también filipino) Eva Noblezada, que con una muy bella voz ofrece una magnífica interpretación que se mueve en un extenso arco, desde la fragilidad y timidez inicial hasta la determinación final.Y también destaca Jon Jon Briones (otro intérprete filipino; allí hay una gran tradición de teatro musical), que estuvo en el reparto original de 1989 y que brinda con brillantez todo el cinismo y la despreocupación del Engineer,


Charlie y la fábrica de chocolate

Y si disfruté enormemente en «Miss Saigon», no menos grande fue mi decepción en «Charlie y la fábrica de chocolate» («Charlie and the chocolat factory»), un espectáculo que, a pesar de llevar la firma de mi admirado Sam Mendes, de incluir la música de Mark Shaiman y Scott Wittman y de presentar una conocida historia de Road Dahl, no termina de levantar el vuelo. Un primer acto alargado en exceso para hacer coincidir el descanso con la llegada de los niños a la fábrica y una partitura irrelevante («Pure imagination», de Leslie Bricusse y Anthony Newley, es lo más destacado musicalmente) son, creo, los principales lastres de un espectáculo que los muchos niños que llenaban el Drury Lane aplaudieron mucho, pero que a mí me dejó bastante frío.

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