«El largo viaje del día hacia la noche», de Eugene O'Neill, con Vicky Peña y Mario Gas


Eugene O'Neill escribió «El largo viaje del día hacia la noche» con su propia sangre. En este atormentado texto se respira el amargo dolor del escritor, su llanto contenido; es una herida abierta convertida en diálogos enhebrados con una descarnada maestría. Hay unanimidad en considerar este texto como la obra maestra de Eugene O'Neill, que murió antes de que viera la luz. Fue su tercera esposa, la actriz Carlotta Monterey, quien la recuperó y dio a conocer, a pesar de que el dramaturgo había dado instrucciones a su editor de que no se publicara hasta pasados veinticinco años de su muerte.

En «El largo viaje del día hacia la noche» Eugene O'Neill hace un exorcismo, y los fantasmas de su pasado se reúnen en el escenario para oir sus reproches. Su protagonista es una familia repleta de oscuridades, de recovecos, de aristas, de reproches, de silencios... La propia familia del escritor transformada en los Tyrone. El padre, James, es un afamado actor; con él viven su mujer, Mary Cavan, y sus dos hijos, Jamie y Edmund, éste enfermo de tuberculosis-. Es un día más de agosto de 1912 en la costa de Connecticut, y lo que se comienza como una apacible y rutinaria jornada se convierte, sin que medie ningún hecho especial, en un tormentoso combate entre los cuatro personajes, dispuestos a saldar cuentas los unos con los otros y a abrir la rebosante caja de los truenos.

O'Neill escribe con crudeza, convierte a sus personajes en dardos y diana al mismo tiempo. Implacables, crueles, el conocimiento que tienen los unos de los otros hace más certeros sus ataques. Los cuatro, domados y exaltados por el alcohol o la morfina, sacan a la superficie sus miserias y levantan el pico de las alfombras en que han ido acumulando, durante los años, la basura de la familia.

El montaje que se presenta actualmente en el teatro Marquina presenta numerosos atractivos. Se basa en una cuidadosa, inteligente y clara versión de Borja Ortiz de Gondra, que ha podado el texto (que originalmente se alarga durante más de tres horas y media) para dejarlo en su esencia (aun así, dura aproximadamente dos horas). Con ella y sus actores teje Juan José Afonso un espectáculo desnudo, sin apenas elementos escenográficos, y confiado única y exclusivamente a la dura palabra de O'Neill y la interpretación. Es un buen sostén, pero el ritmo del espectáculo decae en algún momento, y se echa de menos algo más de mordiente y colorido.

Vicky Peña brinda una soberbia interpretación, que crece conforme transcurre la obra; desde el comienzo deja entrever su tragedia pero deja claro que esconde un terrible secreto que los demás personajes conocen y sufren, y concluye destilando amargura. El aparentemente espumoso vino que es el personaje de Mary Tyrone se convierte con el paso de los minutos en un vinagre acibarado, al que ella sabe dar muy distintos colores y acentos únicos y personales. Mario Gas aporta peso, sabiduría y reciedumbre al patriarca de la familia, mientras que los dos hijos, Alberto Iglesias y Juan Díaz, destilan indisimulable sufrimiento desde el primer minut. Mamen Camacho es el contrapunto en su tintineante criada.

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