Measure for measure, de Shakespeare, dirigida por Declan Donnellan


Una obra escrita hace más de cuatrocientos años por un autor inglés, que la sitúa en la Viena de la época; dirigida por un director irlandés, y representada -en ruso- por una compañía moscovita. A priori, dicho así, hay pocas esperanzas de que a un espectador español del siglo XXI le pueda interesar, y mucho menos emocionar. Nada más lejos de la realidad. La magia y el poder del teatro ha logrado que durante cuatro días los espectadores del teatro María Guerrero se hayan conmovido y asombrado con la producción de «Medida por medida», de William Shakespeare, presentada por los actores del teatro Pushkin de Moscú bajo la dirección de Declan Donnellan.

El director británico, creador junto a Nick Ormerod de Cheek-by-Jowl, una de las referencias indiscutibles del teatro internacional reciente, ha creado un espectáculo de una fascinación magnética: tenso, divertido, emocionante, inteligente, apasionante, entretenido, particular... Y lo ha hecho a pecho descubierto, con el único arma de la palabra -cuando se trata de William Shakespeare, es ciertamente más fácil-; las luces de Sergei Skornetsky, una mesa y unos estructuras cúbicas son la único armadura escenográfica (y, claro, los sobretítulos) con el que cuenta para una dura batalla como es atrapar a un público de otro siglo y otro idioma.

«Medida por medida» es, según palabras del propio Donnellan, una reflexión sobre el poder; un poder que todos tenemos en algún momento, al que renunciamos y que nos obliga, lo queramos o no, a tomar decisiones con las que no estamos de acuerdo;: a un poder, también, que corrompe (éste lo conocemos bien) y que saca lo peor de nosotros mismos. El príncipe de Viena decide delegar el gobierno en uno de sus subordinados, Angelo, y sin que nadie lo sepa se disfraza de fraile, Ludovico, para poder observar. Angelo detiene y condena a muerte a Claudio; su delito, haber dejado embarazada a su prometida. Angelo es profundamente honesto y recto, y esa falta es intolerable. La hermana de Claudio, una novicia llamada Isabella, suplica el perdón para su hermano, y Angelo, arrebatado por el deseo, se lo promete a cambio de que ella le entregue su virginidad... Éste es el origen del conflicto de esta pieza, que Donnellan presenta impecablemente limpia y bruñida, con todos sus colores brillando y sus perfiles perfectamente delimitados.

Shakespeare es un autor infinito, con interminables caras y lecturas. Declan Donnellan subraya la corrupción del poder, sí, pero también el sacrificio y la generosidad, la piedad y la renuncia, la sabiduría y el ingenio. Y lo hace a través de un espectáculo de enorme dinamismo e intensidad (que no es lo mismo que «intenso»), atractivo, inteligente, ágil y sugerente. No lo podría hacer sin la inestimable complicidad de los actores del teatro Pushkin, de tanta calidad como entrega, que salvan sin aparente dificultad la barrera del idioma. Con Anna Khalilulina (Isabella), Andrei Kuzichev (Angelo) y Valery Pankov (Duque) como punta de lanza, la compañía exhibe un talento, una expresividad y una convicción extraordinarias, que se convierten en la columna vertebral de uno de los mejores espectáculos que se han podido ver en la escena madrileña en los últimos años.

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