«La plaza del Diamante» y Lolita

No sé cuál es la razón para que Lolita no haya pisado apenas los escenarios, porque es, no tengo ninguna duda, una magnífica actriz, que posee una arrebatadora naturalidad y tiene las condiciones para ser una gran trágica. Antes de meterse en la piel de la Colometa, la protagonista de «La plaza del Diamante», solo había participado en dos montajes: «Ana en el Trópico», del cubano Nilo Cruz, y las dos ediciones de la comedia «Sofocos», que no vi pero tengo la sensación, por los videos que he visto, que debia ser más una suerte de «stand up» vestido y dramatizado.

«La plaza del diamante» es sin duda un gran reto para una actriz, y mucho más para una actriz que ha hecho tan poco teatro (a pesar de sus muchos años de profesión). Se trata de un monólogo basado en la novela de Mercé Rodoreda, que se llevó al cine (posteriormente se convirtió en miniserie de televisión) a principios de los años ochenta, con Silvia Munt como protagonista. Cuenta la historia de una mujer, apodada Colometa, en la Barcelona de los años que rodearon a la guerra civil española. Una historia agria -salpicada solo por algunos dulces momentos-, teñida de luto y de tristeza, que destila amargura y desdicha: «Lo que a mí me pasaba es que no sabía muy bien por qué estaba en el mundo»
Lo que a mí me pasaba es que no sabía muy bien por qué estaba en el mundo - See more at: http://www.teatroespanol.es/programacion_teatro_espanol_madrid/ficha/la-plaza-del-diamante?id_agenda=320#sthash.ydhevLS1.dpuf
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Carles Guillén y Joan Ollé firman la adaptación del texto, que sintetiza en apenas hora y veinte la desventurada peripecia de Colometa y la transforma en un relato desgraciado, taciturno y, en ocasiones, desgarrador y trágico. Es en estas ocasiones donde asoma la casta de Lolita, incapaz de esconder sus genes. Alejada en un principio de la imagen frágil y quebradiza que muchos tenemos de Colometa (forjada a través del rostro y la figura de Silvia Munt), Lolita exhibe a una protagonista contenida, de rostro y actitud vencidos, y más que exponer su relato éste parece que se le escapa de la boca.

No me cabe duda de que Lolita realiza un trabajo excepcional y meritorio, más todavía cuando, por indicaciones de Joan Ollé, el director, no puede apoyarse apenas en el movimiento (está toda la función sentada en un banco, sin apenas gesticular, y solo se levanta brevemente una vez), y todo lo fía a la palabra y la expresión del rostro. Es verdaderamente admirable, y magnífico el resultado. Pero me da la sensación de que la longitud del texto y el sobresaliente trabajo de memorización (unido a ese estatismo) agarrota a la actriz y hace que la monotonía asome a su monólogo. Es una impresión que no reduce la dimensión de su trabajo y que, seguramente, los espectadores que, puestos unánimemente en pie, la ovacionaron atronadoramente al acabar la representación que vi, no comparten en absoluto. Y yo que me alegro.

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