«Cuando deje de llover», de Andrew Bovell


Hay funciones hipnóticas: «Cuando deje de llover» lo es. En especial por su texto, tan laberíntico como sugestivo, obra del autor australiano Andrew Bovell, que la estrenó en 2008; «When the rain stops falling» es su título original, y en sus seis años de vida se ha representado con un gran éxito en todo el mundo. A España ha llegado de la mano de Jorge Muriel, que ha traducido el texto, y Julián Fuentes-Reta, que ha dirigido la función: el mismo equipo que hace unos años presentó en el Español otra obra valiente, inquietante y conmovedora: «El proyecto Laramie».

No oía más que comentarios entusiastas sobre la función, que he tardado en ir a ver a las Naves del Español. Todos quienes la habían visto coincidían en su fascinación por el texto, y sus consejos iban en el mismo sentido: al principio no lo entenderás, pero no te preocupes; después te encantará.

Arranca «Cuando deje de llover» con una extraña escena. A Gabriel York le cae del cielo un enorme pescado. Entonces nos cuenta su historia: es un hombre que vive solo tras abandonar, años atrás, a su familia, recibe una llamada telefónica: es su hijo, que ha viajado para reencontrase con él; no le ve desde que tenía siete años. Y Gabriel York le invita a comer. 

La obra es un largo viaje a través de varios personajes conectados por distintos lazos familiares, a lo largo de ochenta años. Bovell cuenta la historia a trompicones, con saltos temporales, y nos presenta a los personajes con distintas edades y distintos actores. Como hacía en otra de sus obras, «Babel», levanta un intrincado rompecabezas que confunde al espectador, incapaz de adivinar hacia dónde se dirige la obra.

«Cuando deje de llover» es, en este sentido, una función brumosa que envuelve al desorientado público; pero, de repente, la niebla se levanta y todo adquiere lógica. Y entonces se van encajando las piezas que andaban desordenadas por el escenario y el espectador se encuentra con una historia conmovedora, a ratos terrible; una historia donde caben el amor, la búsqueda, la identidad, el abandono, el fracaso, la depravación, el rencor, la amargura, la muerte... Una historia que acaricia y que duele, una historia contada con lágrimas secas y corazón anhelante.

Julián Fuentes-Reta ha construido un espectáculo tan bello como oscuro y desnudo, con el público rodeando el vasto escenario a cuatro bandas, subrayando la soledad de todos los personajes, y con mínimos elementos escenográficos. Hay algún elemento simbólico (como el arranque de la función, con los personajes cruzándose bajo la lluvia) que, en mi opinión, no aporta nada, pero sabe acompasar el tono a la historia y, sobre todo, deja el protagonismo a la palabra de Bovell y al trabajo (admirable sin excepciones) de los actores, de los que quiero destacar a Susi Sánchez, Pepe Ocio, Pilar Gómez y Consuelo Trujillo.

La foto es, una vez más, del gran Javier Naval

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