«La cisma de Inglaterra», de Calderón de la Barca, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico


Desconfío, por lo general, de las recuperaciones de obras que han estado sepultadas en el olvido durante siglos hasta que alguien las rescata y nos revela sus virtudes ocultas o nunca valoradas. En general, repito, y salvo excepciones, hay más razones para que hayan dormido el sueño de los justos que para su resurrección. Incluso si, como es el caso de «La cisma de Inglaterra», el autor es Pedro Calderón de la Barca.

La Compañía Nacional de Teatro Clásico, que dirige Helena Pimenta, tiene la obligación de rescatar el riquísimo repertorio del teatro de nuestro Siglo de Oro (fundamentalmente), donde Lope de Vega y Calderón de la Barca son el mascarón de proa de una nómina brillante de autores, de Miguel de Cervantes a Tirso de Molina, de Rojas Zorrilla a Agustín Moreto; su labor desde que, hace casi treinta años, la creara Adolfo Marsillach, su primer director, ha sido en este sentido extraordinaria. Y en ella ha de inscribirse la recuperación de un texto de Calderón apenas conocido (y escrito, al parecer, hacia 1634, justamente un siglo después de que ocurrieran los acontecimientos que narró el autor en la obra), aunque no esté la obra, probablemente, a la altura de otros textos calderonianos.

El repudio por parte de Enrique VIII de su primera esposa, Catalina de Aragón, y su enamoramiento y posterior boda con Ana Bolena, que generó la ruptura del Rey inglés con la Iglesia Católica, son los hechos en los que Calderón basó su obra, llena por otra parte de licencias históricas para favorecer el drama. Según Ignacio García, el director del montaje de la CNTC, la obra tiene varias dimensiones, teológicas y políticas; a él le ha interesado especialmente la lucha de fuerzas entre la pasión y el deber, y cómo aquéllas pueden influir sobre un gobernante y modificar su comportamiento y su buen gobierno.

«La cisma de Inglaterra» (a la que el autor de la versión, José Gabriel López Antuñano, ha añadido el nombre de su protagonista para contextualizarla) es una obra grata de ver, pero sin el calado de otros textos de Calderón, tanto en la estructura como en la escritura, aunque contenga algunos versos hermosos. Pero ni los personajes tienen suficiente vuelo ni el desarrollo de la acción una carga dramática. Calderón expone los hechos de manera que estos conduzcan a la moraleja final, que deja a Enrique VIII atormentado y arrepentido por los hechos sucedidos.

El espectáculo que plantea Ignacio García es al tiempo sencillo y ostentoso, y posee un adecuado ritmo narrativo que hace que se siga con facilidad e interés. Le ayuda el buen trabajo del reparto, donde Sergio Peris-Mencheta ofrece su imponente presencia a un dominador y atribulado Enrique VIII. Junto a él destacan, por clase y categoría, Joaquín Notario y Pepa Pedroche, junto a las magníficas jóvenes Mamen Camacho y Natalia Huarte.

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