«American Buffalo», de David Mamet, con Damian Lewis, John Goodman y Tom Sturridge


Londres tiene estas cosas. Se puede ver sobre un mismo escenario a Damian Lewis, el soberbio protagonista de «Homeland», una de las series con las que más he disfrutado recientemente: a John Goodman, un magnífico actor al que he visto en numerosas películas, la primera «Melodía de seducción», junto a Al Pacino; y Tom Sturridge, una de las jóvenes promesas de Hollywood. Los tres forman el reparto de «American Buffalo», una obra de David Mamet que se presenta en el Windham's Theatre hasta el 27 de junio (ya están vendidas prácticamente todas las entradas).

«American buffalo» es uno de los grandes textos de David Mamet, que es a la vez uno de los grandes dramaturgos de nuestros días. Suyas son obras como «Glengarry Glen Ross», «Oleanna», «El matrimonio de Boston», «Noviembre» o «La anarquista», además de un selecto puñado de guiones cinematográficos. «American buffalo», de 1975, es una de sus primeras obras; se estrenó en Chicago, pero fue su traslado a Broadway, con Robert Duvall en el reparto, la que puso el foco sobre aquel dramaturgo que debutaba en el teatro comercial neoyorquino. A España la trajo el dramaturgo Fermín Cabal, que dirigió en 1990 una producción de esta obra que suponía además el primer estreno profesional de Mamet. Hace dos o tres temporadas, Julio Manrique la llevó a escena en el Lliure (también estuvo en La Abadía) con Ivan Benet, Pol López y Marc Rodríguez.

«American Buffalo» es el áspero retrato de tres seres desgraciados que, más que vivir, deambulan por la vida. David Mamet los arranca de la calle y los sitúa sobre el escenario, pero conservan su olor a asfalto, a cerveza y a tabaco. Son, sobre todo Teach (Damian Lewis), irritables en muchos momentos, pero son, por encima de todo, dignos de lástima, que aspìran a conseguir unas migajas del pastel que habitualmente apenas pueden oler. La moneda con el búfalo americano en una de sus caras es el símbolo de su pequeñez de miras, de sus sueños miserables.

El montaje que dirige Daniel Evans es extremadamente cuidadoso con el texto y con los actores. No hay nada que inventar: un único escenario (la chamarilería de uno de los personajes, que conformaba una abigarrada e imponente escenografía) y poca acción, varias entradas y salidas. La palabra y el sentimiento son los grandes protagonistas. Mi inglés no es para tirar cohetes, pero en actores de esta talla el texto es, aun sin poder entenderlo completamente, un delicioso manjar. Los tres son intérpretes magnéticos, formidables, poderosos. John Goodman aporta humanidad y bondad, siempre con los remordimientos a flor de piel; Damian Lewis llena su Teach de infortunada malicia; y Tom Sturridge -con una escena final conmovedora- hace un yonqui desvalido y desamparado.

Al público de la función a la que asistí -era la primera previa, y el teatro estaba, cómo no, abarrotado- también le gustó, y aplaudió puesto en pie el admirable trabajo de los tres actores.   

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