«Dignidad», de Ignasi Vidal


Ya hablé de Ignasi Vidal hace unas semanas, con motivo del estreno en La Pensión de las Pulgas de «El plan», una obra escrita y dirigida por él. Ahora, este actor catalán (uno de los más destacados intérpretes de nuestro teatro musical, terreno por el que ha transitado con mayor frecuencia) ha estrenado en los teatros del Canal una nueva y atractiva obra: «Dignidad», con la política y la corrupción como telón de fondo. El estreno no ha podido llegar en un momento màs oportuno, además, ya que Ignasi, que hace un tiempo dio un paso adelante en su compromiso político para entrar a formar parte de UPyD, el partido liderado por Rosa Díez, ha sido elegido miembro del consejo de dirección de dicho partido.

«Dignidad» es sobre todo -así lo dice su autor- una historia de amistad. Importa más la relación entre los dos protagonistas que su naturaleza política. Estoy de acuerdo solo en parte, porque la obra nos habla de dos animales políticos que un día comenzaron juntos su camino pero han elegido veredas diferentes para conseguir sus objetivos. «Dignidad» habla de corrupción, claro -sin hacer sangre en la clase política: la corrupción está en la condición humana-, pero habla también de ideales, de compromiso, de lealtad, de ambición, de codicia, de traición; también, por supuesto, de dignidad.

Un joven líder candidato (con muchas posibilidades de llegar al Gobierno) se reúne en su despacho, al final de la jornada y con la sede del partido ya vacía, con uno de sus más estrechos colaboradores. Es también uno de sus mejores y más antiguos amigos. En torno a una botella de whisky van desvelándose secretos, intenciones, posiciones... Cada uno va delimitando su territorio, su postura y, poco a poco, se va desnudando y destapando sus cartas. Con unos diálogos vivos y por momentos vigorosos (con alguna concesión a la ingenuidad y el lugar común, tan habitual en la política), el texto de Ignasi Vidal se adentra como un berbiquí en el interés de los espectadores, y la obra va poco a poco subiendo su temperatura hasta estallar, después de un par de inquietantes giros, en un imprevisto -o no tanto- y feroz final.

Planteada como un duelo o un combate en el que uno de los combatientes (que es además quién maneja los hilos) empuña con sutileza un florete y el otro una tosca navaja, Juan José Afonso, su director, ha despojado la escena -no hay apenas acción en la obra- para no estorbar el protagonismo de la palabra y de los actores, y tensa la función con ritmo y temperatura. Daniel Muriel, como el joven líder, brinda un magnífico y detallista trabajo en constante crescendo, contagiando a Ignasi Vidal (que interpreta su propio texto) y conformando, ambos, un equilibrado y vibrante dúo.

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