«El señor Ye ama los dragones», de Paco Bezerra

Escribi hace tres años, cuando se estrenó su obra «Grooming» en el teatro de La Abadía, que Paco Bezerra era «uno de los jóvenes dramaturgos españoles que con más fuerza está llamando ahora a las puertas de los grandes teatros». Fue el suyo también el primer nombre que le vino a la cabeza a Juan Carlos Pérez de la Fuente cuando, tras ser elegido director del Teatro Español, hablé con él en su casa sobre sus intenciones en el coliseo. Y fue Paco Bezerra una de las primeras personas a quien llamó nada más aterrizar en su despacho, para decirle una de esas frases mágicas del mundo del teatro: «Quiero estrenar una obra tuya».

La obra elegida fue «El señor Ye ama los dragones», título tomado de un proverbio chino con una historia mágica detrás que a Paco Bezerra le ha servido como punto de partida para contar una historia prismática. «El señor Ye ama los dragones» es al tiempo un thriller y un sainete, una comedia y una tragedia. Es original y valiente, desasosegante, incómoda, cercana, divertida... Nos presenta dos mundos, tan cercanos como lejanos entre sí, dos civilizaciones que viven a tan solo unos pocos metros de diferencia pero a las que las separa un universo entero... Y a ambas las encontramos en Madrid (o en cualquier ciudad española).

En el ático vive Magdalena, una señorona a la vieja usanza; en el sótano del mismo edificio viven la señora Wang y Xiaomei, su hija. Llevan dieciocho años viviendo allí, pero en todo ese tiempo Magdalena y sus dos vecinas orientales no han cruzado palabra, no se conocen; un misterio por aclarar hará que esa situación cambie. Y aquí empieza la trama de «El señor Ye ama los dragones», a la que se sumará Amparo, otra vecina de un piso intermedio. El texto de Bezerra está lleno de sutilezas. Con ellas como arma nos cuela una historia terriblemente cruel, en la que se habla de incomunicación, de tolerancia, de clases, de temores, de atavismos. Lo hace el autor al tiempo con distancia -como mirando la calle desde lo alto del balcón- y cercanía -embarrando sus manos de alfarero en la historia-. Y adivino que hay en él cierto tono de fábula moralizante.

Lo cuenta Paco Bezerra desde un tono ligero, exento de gravedad, llenando la comedia de cambios de volante. Y con cuatro personajes (en realidad, tres más uno, porque la intervención de la señora Wang resulta tangencial) sacados de la calle y llevados al escenario sin apenas modificarlos.

Con estos elementos, Luis Luque, más que un director un cómplice (que no siempre lo son) traza un espectáculo tan entretenido y atractivo como inquietante, en el que todos los elementos (escenografía, música, proyecciones, vestuario, iluminación) se unen para crear un ambiente compacto y a menudo turbador, que sin embargo no ahonda en esa manifiesta crueldad que yo encuentro en ha historia.

El trabajo de Gloria Muñoz está a la altura de su inmensa categoría como actriz, y pasa de la firmeza al aturdimiento con completa naturalidad. También brilla su «escudera» Lola Casamajor. Chen Lu es una adorable señora Wang, y en la más que correcta actuación de Huichi Chiu echo de menos unas gotas más de perversidad (quizás sea falta de dominio del idioma la que limite a la actriz en este sentido).   

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