«A Midsummer Night's Dream», de Shakespeare, dirigido por Tim Robbins


Existe cierto complejo de inferioridad en el mundo del teatro, generalmente, hacia las grandes figuras cinematográficas, especialmente si proceden de Hollywood; despiertan una notable curiosidad y se espera de ellos algo más que extraordinario; algo genial, asombroso, acorde a la categoría o popularidad de la figura. Así ha sucedido con Tim Robbins, un admirado actor estadounidense, que se encuentra en España presentando junto con su compañía, «The Actor's Gang», su montaje de «Una noche de verano» («A Midsummer Night's Dream»), de William Shakespeare. Estuvo en Alcalá de Henares y ha visitado después el Festival de Almagro.

Suele haber dos reacciones mayoritarias ante este tipo de propuestas: o bien la rendición sin condiciones o un condescendiente «pues no era para tanto». El montaje de Robbins tuvo de las dos: recibió a su conclusión una cerrada ovación, pero en los comentarios que pude escuchar a la salida se desprendía un cierto grado de decepción ante lo presentado en el escenario. Tal vez, solo tal vez, si el montaje no llevara la firma de Tim Robbins esos espectadores saldrían mucho más satisfechos.

Y es que «A Midsummer Night's Dream», sin ser un espectáculo redondo, sí es una sobresaliente función de teatro, dinámica y entretenida. Tim Robbins -que creó esta compañía a principios de los años ochenta, antes de explotar en el cine y la televisión- explicó en la rueda de prensa previa que el planteamiento fue gastarse únicamente 500 dólares en esta producción. Ignoro si fueron únicamente razones económicas las que motivaron esta decisión, pero sospecho que no; y es que lo que propone el actor estadounidense debe de parecerse mucho, en espíritu, a lo que quiso lograr William Shakespeare con esta genial comedia.

Tim Robbins le sacó un gran rendimiento a esos 500 dolares: dibuja su montaje con apenas una docena de actores -todoterreno, eso sí-, que están las más de dos horas y media que dura la función permanentemente en escena -actuando o cambiándose, a veces a gran velocidad-, ya que todos interpretan a varios personajes; también son ellos quienes encarnan a las distintas criaturas del bosque. El travieso texto de William Shakespeare encuentra perfecta traducción en este espectáculo vital, juguetón y revoltoso, al que lastra sin embargo cierta falta de ritmo en la segunda parte.

El movimiento en la escena es constante durante todo el desenfadado espectáculo, lleno de divertidos gags, de detalles enormemente visual y directo, de optimismo contagioso, fresco en su planteamiento, con una sugerente e integrada música (violonchelo y percusión), y sostenido fundamentalmente por el entregado trabajo (el asfixiante calor de Almagro multiplicó su esfuerzo) de los actores, extraordinarios cómplices de Tim Robbins en esta travesura magnífica que es «A Midsummer Night's Dream» (y no lo traduzco porque en su idioma original, el inglés, se nos ofreció).
 

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