Mariemma


Inauguro el año 2017 con mi recuerdo a una de las grandes figuras de la danza española, y me atrevo a decir que de la danza universal: Mariemma. El 10 de enero se ha cumplido el centenario de su nacimiento en la localidad vallisoletana de Íscar, una estupenda ocasión para recordar a una mujer extraordinaria en todos los aspectos, y a la que la danza y la cultura españolas le deben mucho.

Mariemma es uno de los cuatro puntos cardinales de nuestra danza en la segunda mitad del siglo XX, junto a Antonio Ruiz Soler, Pilar López y Antonio Gades. Hay grandes bailarines, excelentes coreógrafos, pero ellos cuatro, por motivos diferente, brillan con más fuerza. La danza española (voy a repetir mucho, quizás demasiado, esta expresión en este texto) es un mundo donde se tiene un respeto reverencial por su pasado y por sus maestros como no se tiene en otros campos artísticos. Y no hay -no la veo, al menos- una figura con tantos y tan devotos discípulos.


No tuve ocasión de ver bailar a Mariemma. Sí la vi un par de veces encima del escenario; una en 1990, en el histórico homenaje a La Argentina en el teatro María Guerrero de Madrid, y otra dos años más tarde, en la clausura, en el teatro Calderón de Valladolid, del congreso internacional «La danza y lo sagrado», su última aparición en escena. No puedo, por tanto, ofrecer una opinión personal sobre ella como intérprete; pero, si se baila como se es, su baile debió ser elegante, refinado, elevado y lleno de vitalidad.

Pero Mariemma fue mucho más que una bailarina sobresaliente que cautivó a los públicos de todo el mundo (en la imagen está bailando «El sombrero de tres picos junto a Leonide Massine en la Ópera de Roma); fue mucho más que una coreógrafa rigurosa y detallista, mucho más que una teórica precisa y sistemática. Fue una maestra única, irrepetible. Una maestra extraordinaria. 

De su categoría como maestra dan fe las decenas de profesores de danza española que mantienen viva la llama de sus enseñanzas, que pronuncian su nombre con veneración y que tratan de inocular en sus alumnos el respeto por la danza que Mariemma les inculcó a ellos. Algunos estaban en el teatro Zorrilla de Valladolid el martes pasado, en el homenaje que la Diputación de su tierra natal le rindió. Allí bailaron alumnas suyas, como Mayte Bajo; alumnas de alumnas suyas, como Cristina Aguilera, hija de Mariló Uguet, mano derecha de Mariemma para tantas cosas; y bailaron los alumnos del Conservatorio que lleva su nombre. Fue un homenaje hermoso, que organizó Susana Merlo, directora del museo Mariemma de Íscar. 

Allí estaban también varias profesoras del mencionado centro. Me admiran: por su dedicación, su pasión, su entusiasmo... por su entrega a la danza española, en definitiva. Y en ella tiene mucho que ver -he tenido ocasión de comprobarlo en varias ocasiones- Mariemma y los valores que ella defendió y enseñó, y que tanta falta hacen en el mundo del baile hoy en día.

Dejadme que hable de mi experiencia personal con Mariemma, a la que traté con cierta frecuencia en sus últimos años. Era una mujer menuda, a la que solía ver en los pasillos de los teatros en los que se programara danza -fundamentalmente el Albéniz-. Erguida, elegantemente vestida, siempre con pantalones, el pelo recogido... No tenía pelos en la lengua ni parecía conocer la discreción. Expresaba sus opiniones en voz alta, con ese castellano claro que había heredado de su tierra natal. Se hacía notar, pero era una señora. Todos lo sabían.

Solo en una ocasión me pareció que la defensa de sus ideas la llevó al menosprecio. Fue en 1992, durante un debate en las jornadas de estudio de la Escuela Bolera; entre los ponentes, además de Mariemma, estaba alguno de los hermanos Pericet, Pilar López, Trini Borrull y alguien más que no recuerdo. En su intervención, Mariemma vino a decir que hasta que ella no regresó a España (su infancia transcurrió en París), las bailarinas españolas no hacían otra cosa que enseñar las piernas. Os podéis imaginar el revuelo que se formó en la sala.

Daba gusto hablar de danza con Mariemma. En una ocasión le hice una entrevista en su casa de la calle Reina Victoria. Disfruté mucho, aunque se mostró muy pesimista sobre el futuro de la danza española. «Dentro de quince años estará muerta», anunció. Era el año 1993. Me pareció excesivo su pesimismo, pero el tiempo le ha terminado dando la razón. Porque si no está muerta, sí está moribunda. Y Mariemma lo vio.

Ojalá su centenario sirva para que su memoria no se quede solo en los conservatorios y en ese museo de Íscar que guarda su legado. España suele echar demasiada tierra en las tumbas de sus grandes figuras, y cuesta después rescatar su recuerdo. Y Mariemma no lo merece.

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