Carlos Hipólito


Las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro de Almería han rendido homenaje en el arranque de su XXXIV edición al actor Carlos Hipólito, y he tenido el honor y la felicidad -siento tanta admiración por el intérprete como cariño por el ser humano, y os aseguro que son en los dos casos mucha- de hacerle la Laudatio. Aquí la tenéis. Espero que os guste.

«Entre las varias acepciones de la palabra CLÁSICO que se encuentran en el Diccionario de la Real Academia Española hay una que señala: «Dicho de un autor o de una obra: que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia». No es Carlos Hipólito, objeto de este homenaje, ni un autor ni una obra (aunque ahí habría mucho que discutir, ya que hay actores, y sin duda Carlos es uno de ellos, que hacen verdaderas creaciones con sus trabajos). Pero está fuera de toda duda que es un modelo digno de imitación. Y lo es por muchos motivos que voy a intentar sintetizar en estas palabras, y que han de ser, por obligación, por gusto y, sobre todo, por justicia, forzosamente elogiosas.

»La primera referencia que he encontrado al trabajo de Carlos Hipólito es de septiembre de 1978: una crítica de mi compañero Lorenzo López Sancho al espectáculo «Así que pasen cinco años», de García Lorca, que dirigió Miguel Narros en el teatro Eslava de Madrid con el mítico Teatro Estable Castellano: «Segura, Esperanza Roy en la Mecanógrafa -escribía López Sancho-, difícil personaje, verdadero contrapunto de la espera, del amor desesperado y tierno, irreal hombre-niño Carlos Hipólito en el Amigo 2º». 

»Hombre-niño. Carlos tenía entonces -septiembre de 1978- apenas veintidós años, y éste fue el primer montaje profesional en el que participaba. No era, sin embargo, la primera vez que se subía a un escenario; de la mano de su maestro William Layton, había participado en varios espectáculos del Teatro Experimental Independiente, heredero del Teatro Estudio de Madrid, y que más tarde derivaría en el Teatro Estable Castellano: «Proceso por la sombra de un burro», de Dürrenmatt; «Cándido», de Voltaire; y «Asamblea general», de Lauro Olmo.

»Septiembre de 1978 es, pues, una fecha señalada en la historia de nuestro teatro, porque marca el principio de la carrera de uno de los más ilustres nombres de la escena española reciente. Y no lo digo yo solo. Vuelvo a recurrir a un compañero mío en ABC, Juan Ignacio García Garzón, de quien escojo únicamente una frase que escribió respecto a su interpretación en la obra de David Mamet «Glengarry Glenn Rose» en el Teatro Español: «Punto y aparte para Carlos Hipólito, ese camaleón capaz de insuflar verosimilitud a cualquier personaje».

»Y es que a partir de aquel «Así que pasen cinco años», la carrera sobre los escenarios de Carlos Hipólito ha sido un firme y seguro camino ascendente que le ha convertido en uno de los más grandes actores de nuestros días. Talento, sensibilidad, paciencia y  humildad -las características que, dice el propio Hipólito, debe tener un actor- son los cuatro ases de su baraja como intérprete. Cuando comenzaba, me confesó en una ocasión, sus padres preguntaban a otros actores ya consagrados si el chico valía. Pues sí. El chico valía. Si no, basta repasar la nómina de directores con los que ha trabajado -algunos, desgraciadamente, ya desaparecidos-: José Carlos Plaza, Miguel Narros -un leit motiv en su carrera-, Domingo Lo Giudice, Francisco Nieva, José Díez, Amaya Curieses, Lluís Pascual, Daniel Soulier, William Layton -su maestro-, Pilar Miró, Jaime Chávarri, Adolfo Marsillach, Rafael Juárez, Cristina Rota, Josep Maria Flotats, Salvador Collado, Miquel Insúa, Esteve Ferrer, Tamzin Townsend, Calixto Bieito, Daviel Veronese, Andrea D'Odorico, Claudio Tolcachir, Mario Gas, Jaime Azpilicueta y Gerardo Vera. En breve se unirá a la lista David Serrano, que le dirigirá en el musical «Billy Elliot».

»El musical es, precisamente, la última conquista para un actor que ha tocado todos los géneros, hasta la zarzuela -hizo «Bohemios», bajo la dirección de Miguel Narros-. El primer musical fue, hace unos años, «Historia de un caballo», una función en la que interpretaba a un caballo pío al que la manada le daba la espalda por ser diferente, y de la que Carlos guarda un recuerdo muy especial; entre otras cosas, por un encuentro que tuvo al final de una representación. Al salir del teatro, se le acercó un parapléjico y le dijo: «Muchas gracias por contar mi historia». Y tras «Historia de un caballo», vendrían «Follies» -por el que conseguiría el Max y el premio de la Unión de Actores- y «Sonrisas y lágrimas».

»Pero si hay unas aguas en las que Carlos Hipólito ha nadado con gran comodidad han sido las del teatro clásico, y en un espectro de épocas y autores muy extenso: desde el ya citado «Cándido» o las obras de Molière «Los enredos de Scapin» y «El misántropo», hasta «Sueño de una noche de verano», «Julio César» o «Romeo y Julieta», de Shakespeare, pasando por algunos de los más significativos títulos de nuestro Siglo de Oro: «La dama boba», de Lope de Vega; El hospital de los locos», de José de Valdivielso; «La verdad sospechosa», de Juan Ruiz de Alarcón; «El médico de su honra», de Calderón de la Barca; y «El burlador de Sevilla», de Tirso de Molina. En todas estas obras en las que al actor, son palabras suyas, le toca «hablar raro», se enfrentó a los personajes «no como quien maneja piezas de museo, sino como quien tiene entre manos un material vivo y palpitante», como afirmó aquí mismo, en Almería, hace unos años.
   
»Pero también ha brillado en el repertorio contemporáneo, y no sorprende que varios de los éxitos más relevantes de la escena española reciente -«Arte», de Yasmina Reza; «El método Grönholm» y «El crédito», de Jordi Galcerán, por ejemplo- hayan contado con Carlos Hipólito en el reparto; por algo será. Y, a pesar de ello, me confesó en una ocasión, nunca ha perdido el miedo a que deje de sonar el teléfono. «Quien se crea que lo tiene todo ganado y asegurado está equivocadísimo».

»Estarán echando ustedes de menos una mención a sus trabajos en el cine y la televisión. Éste es un festival de teatro. Además, la gran pantalla no ha hecho justicia hasta ahora a su categoría como actor, aunque ha trabajado con grandes directores desde que debutara con Javier Aguirre en «La monja alférez»: Pilar Miró, Manuel Gómez Pereira, Gerardo Vera, Mariano Barroso, Carlos Saura, Sergio Renán, Roberto Santiago, Miguel Hermoso, Beda Docampo y, sobre todo, José Luis Garci, que ha contado con él en todos sus últimos trabajos.

»En la televisión sí ha tenido, especialmente en los últimos años, importantes escaparates. No hay más que recordar su trabajo en series muy recientes como «Vis a Vis» y «Hermanos» o, algo más alejadas del tiempo, «Guante blanco» o «Desaparecida»; por no hablar del personaje que durante más tiempo le ha acompañado: el Carlos adulto en «Cuéntame», con cuya voz lleva ya 17 años. 

»Quiero concluir con una frase del propio Carlos. Es de una entrevista que le hice hace casi ocho años. «Siempre he dicho que la misión de los actores es conmover a través de nuestros personajes. Tenemos que hacer reír, llorar, pensar, conmocionar. Eso es lo que uno sueña, yo al menos, con el trabajo. Lo he dicho ya anteriormente, pero es que lo sigo pensando: si yo consigo que alguien separe la espalda de su asiento dos milímetros mientras me está viendo trabajar y dice: “Eso me ha pasado a mi” o “esto yo lo he sentido”, yo me doy por pagado». Puedes hacerlo entonces, querido Carlos. Yo he separado la espalda del asiento muchas veces contigo, y no solo dos, sino hasta cuatro centímetros. 
   
»Espero haberles convencido con estas palabras de que Carlos Hipólito es un actor -y yo me atrevería a decir que también un ser humano- digno de imitación. Pero no se hagan ilusiones, no hay modo. Carlos es un actor único. No hay manera de imitarle.

»Muchas gracias». 

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